La memoria es una construcción colectiva, pareciera decirnos Luis Cano en
la puesta dirigida también por él de Aviones
enterrados en la playa, sus cinco personajes buscan vivos y muertos
reconstruir el puzzle de momentos de su vida que fueron para ellos,
fundamentales. El espacio dividido entre los de arriba y los de abajo, rodeados
por una atemporalidad visible en la neutralidad del blanco, nos lleva al relato
de sucesos reconstruidos a partir de pequeños discursos que se van enlazando
sobre todo por el lugar que los reúne y la impronta de lo que debe recuperar el
sentido. Como siempre Cano parte de lo mínimo a lo máximo y como una piedra
tirada en un lago tranquilo pero profundo, va desplegando ante nuestros ojos y
oídos una suma de fragmentos que se anudan entre lo real y lo absurdo para
provocar el desconcierto pero también la emoción aguda que atraviesa la platea
para envolverla en un clima inquietante. ¿Quiénes son, de dónde vienen y a
dónde dirigen su última palabra, la que cierra y enmarca el relato? Tal vez
estos interrogantes en un género que no los precisa no sean importantes, pero
sin embargo, son los que mantienen la tensión dramática, desde el suspense, de
la necesidad de develar el nudo de relaciones que van y vienen como las olas en
su incesante movimiento. La vida y la muerte, el principio, el fin, y el
principio en un círculo perfecto es el que construye y reconstruye los
discursos, que son apresados por la inmovilidad y el silencio de los de arriba,
y por el trabajo con el cuerpo de los de abajo. El pescador (Mauricio Minetti)
en un muy buen trabajo, relata una historia que involucra circunstancias
diversas, y se propone con el anzuelo de las palabras en pescador de almas. La
primera, la del hombre en piyama (Francisco Grassi) que mantiene con su
silencio, sólo interrumpido hacia el final, una incógnita a develar. El lobo
marino (Leonardo Murúa), el muchacho (Federico González Bethencourt) y el padre
(Román Lamas) aúnan al lenguaje oral, el no menos significativo de la expresión
corporal que construye, se puede afirmar, una narración otra. Todos como piezas
de una maquinaria precisa, producen un trabajo actoral excelente. Según el
programa de mano “Aviones enterrados en la playa es un esbozo”, esbozo de una
profunda propuesta teatral que se presenta inacabada porque será,
necesariamente, el espectador atento quien, quizá, pueda reponer ese resto que
desde la dramaturgia se nos niega. El dispositivo escénico con muy pocos
elementos logra el mundo suspendido de la fotografía o de la postal, con la
casi inmovilidad de algunos personajes que parecen surgir de un tiempo
impreciso y distante. Pero, hay un elemento que tiene vida propia: viejas
hormas de zapatos dispersas, aunque no azarosamente, que connotan múltiples
sentidos, imágenes conceptuales, según la experiencia espectatorial. Peces,
piedras, zapatos,…, restos que el mar ha arrojado porque no le son propios, los
ha expulsado hacia alguna playa, punto de encuentro e inestabilidad que, como
los médanos, oculta y deja al descubierto. Tal vez, en más de un espectador,
estos elementos concretos – de madera -
originen que la memoria individual y colectiva se filtre con brusquedad,
y como el mar vomite nuestra pesadilla con “los vuelos de la muerte”, de la
última dictadura cívico-militar[i].
Por otro lado, las cajas de madera funcionan en sentido opuesto provocando
cierto alivio en el público, pues van cambiando su función – asientos, cajas de
percusión,…- según lo requiera la situación dramática. El espacio escénico está
fragmentado, cinco personajes masculino que están a destiempo, en una situación
de fragilidad que es subrayada, también, desde el vestuario y la iluminación. Un hecho teatral breve y muy intenso
que nos demuestra en la última escena, a modo de coda teatral, que todo es un
artificio y según desde que perspectiva particular miremos por el prisma
teatral nuestra comunicación con la obra irá más allá de la intencionalidad de
su autor / director.
[i] “Los ‘vuelos de la muerte’ fueron una práctica de exterminio de personas detenidas desaparecidas durante las últimas dictaduras militares en Argentina y Uruguay en el marco del llamado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983). Mediante los "vuelos de la muerte" miles de personas fueron arrojadas al mar vivas, desde aviones militares. [http://es.wikipedia.org/wiki/Vuelos_de_la_muerte]
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