miércoles, enero 11, 2012

Reseña | Florencio Sánchez y el Anarquismo






Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz



Daniel Vidal es un investigador de origen uruguayo cuyo tema es la literatura social y anarquista en el Uruguay sobre el fin del siglo XIX. De este proceso surge la figura del dramaturgo Florencio Sánchez y su vinculación política y dramatúrgica con el anarquismo, movimiento que nace y florece a partir de la llegada al Río de la Plata, en ambas márgenes, del denominado aluvión inmigratorio que portaba junto al deseo de hacerse la América y obtener un porvenir mejor para sí mismos y sus hijos, los ideales anarco/socialistas por los que algunos de ellos debían escapar de sus países de origen. La textualidad de Vidal propone una mirada nueva sobre Sánchez y las líneas que lo acercaron y desarrolló junto al anarquismo, desde una perspectiva hasta ahora no abordada. En catorce capítulos, un anexo y una exhaustiva bibliografía, Vidal aborda la problemática anarquista en el Uruguay y de forma aleatoria en Buenos Aires, cuando lo requiere el recorrido de su análisis; además de dar cuenta de las relaciones que el dramaturgo uruguayo tuvo ideológicamente con el movimiento. Por otra parte, describe con detalle, dando citas de diarios y revistas de la época, los acontecimientos sociales que el anarquismo propiciaba, como los pic-nics recreativos, educativos, concientizadores de la necesaria solidaridad entre pares, como así también del necesario ocio que la clase trabajadora necesitaba para nutrirse de naturaleza como de conocimiento. La relación del anarquismo y el teatro forma para el autor, un microsistema teatral libertario, que consta de veladas artísticas, cuadros filodramáticos, obras, dramaturgos, críticos y público; músicos, cantantes y recitadores. La relación del anarquismo con otras disciplinas artísticas como la plástica y la literatura, es también tema de desarrollo aunque reconoce que la plástica merece un estudio más profundo y específico. Vidal hace una afirmación interesante cuando dice:
El anarquismo conformó, al igual que en Argentina y tal como propone Suriano, un movimiento cultural, político, ideológico y social, al que cabe más la consideración de alternativa y menos la calificación de “autónomo” o “contracultural”, dada la profunda interacción y coincidencia con los modelos y las estructuras del resto de la sociedad que en muchos casos adoptó, claro que refuncionalizando y resemantizando sus contenidos. (55/56)

 En el capítulo V, la relación que le interesa profundizar es entre el anarquismo las corrientes políticas socialistas, el partido colorado, la masonería, en la amistad entre Pietro Gori y el masón Pedro Figari, que la prensa de la época exponía, y establecer así que el anarquismo en Uruguay no fue sólo un movimiento ajeno a la historia del país, un pensamiento de extranjería, sino que desde sus intelectuales como el mencionado Gori, se introdujo en las élites intelectuales ganando espacio también en los sectores medios de la población; sin eludir los numerosos conflictos y divergencias que entre estos diferentes actores sociales se producían:

Es cierto que este idilio multisectorial tuvo sus fricciones y así lo revelan las reticencias de dirigentes colorados a la designación de Gori como orador en el acto de colocación de la piedra fundamental del monumento a Garibaldi, recién citado, o una carta pública firmada por altas figuras políticas locales, cuestionadora de su trayectoria anarquista.” (63)

La figura de Gori es rescatada por Vidal, ya que produjo profundos cambios en la oratoria anarquista en Montevideo, tanto en la forma más florida y sencilla, como en la temática que incluía el tema de la mujer y el ideal de llegar a modificar la sociedad, pero con procedimientos pacíficos, donde la palabra, la educación y la cultura, eran un basamento fundamental para el italiano. De esta manera, el autor describe un panorama cultural donde el anarquismo no sería un movimiento solitario e individual sino que registraría un proyecto cultural de largo alcance, en ese medio, afirma muchos autores desarrollaron su labor dramatúrgica, entre ellos el joven veinteañero, Florencio Sánchez. En el VI capitulo da cuenta de como el joven Sánchez comenzó su relación con el anarquismo desde el Centro Internacional en el año 1900, bajo el padrinazgo de Pietro Gori, a quien se supone conoció en Buenos Aires, ambos colaboradores del diario El sol dirigido por Alberto Ghiraldo. Un año más tarde terminó su participación en el Centro Internacional, no así su amistad con Gori, que se mantuvo hasta el retorno del anarquista italiano a su país. Sánchez tuvo la función en ese corto tiempo de propagandista, es decir, de aquel intelectual que intermediaba entre los destinatarios del discurso que oficiaban los pensadores del movimiento.1 Aunque el corto tiempo que participó no lo convirtió en una figura muy influyente, fue sin duda un intelectual anarquista, diferenciado del activista obrero. Sin embargo, sus textos nunca explicitan la doctrina, y sólo toman tangencialmente el tema, a diferencia de otros autores libertarios uruguayos como Edmundo Bianchi y Antonio Mario Lazzoni. Aunque su militancia política y artística, según el autor, se diversificó en: actuación teatral –como actor y dramaturgo, en periodismo y en militancia sectorial. Con un minucioso relevamiento de fuentes, Vidal hace un recorrido por la actividad militante de Sánchez y por el “involuntario bautismo represivo” organizado por la guardia civil en ese momento. Represión que en pocas horas, a diferencia de lo que sucedía en Buenos Aires, fue un escándalo político. En el siguiente apartado, “Sánchez Institucional”, y continuando con una perspectiva historicista el autor aclara la famosa controversia por la “sinuosa relación” con el anarquismo y con la burguesía. Controversia que dentro del movimiento libertario, en Buenos Aires entre puristas e integradores, no impidió que se representaran sus obras en ambas orillas. En 1903 el joven Sánchez entabla una notable relación “con el aparato cultural y político que lo recibe y lo mima”. (95). Y, es el momento en el cual ingresa bajo el padrinazgo de Joaquín de Vedia al teatro profesional de Buenos Aires. Esta consagración tuvo su replica en Montevideo, y provocó un “contrapunto político-teatral” durante la primera presidencia de José Batlle y Ordóñez, pues su popularidad era funcional a la ideología de este gobierno:

El teatro de Sánchez daba brillo simbólico, metafórico y representacional a la monumental tara que se proponía el batllismo: instalar una moderna idea de nacionalidad, zurciendo diversidades, remendando problemas sociales. (99)

Pero el dramaturgo ganó la pulseada y durante el período 1903-1909 se dedicó a la gran escena tanto en Buenos Aires como en Montevideo. Mientras que, en ambas orillas, en los círculos anarquistas algunos cuadros filodramáticos representaban sus primeras obras y la presencia de estos textos dramáticos fue inevitable tanto en bibliotecas, en talleres-escuelas,…. Así Florencio Sánchez se convirtió en “el faro que debía guiar” aún después de su muerte el campo teatral rioplatense. “La recepción utilitaria de la obra de Sánchez de parte del anarquismo montevideano” es el capítulo que continúa. En el mismo, el investigador tiene en cuenta la aceptación de las obras por parte de los diarios anarquistas de Montevideo, también la puesta en escena de sus obras por los cuadros filodramáticos como además la vindicación, en las primeras décadas del siglo, de la crítica sectorial. Para Vidal fue “una acogida guiada por el objetivo utilitario de sumar para la causa proselitista a una obra y su autor en pleno éxito” (114) y no la consecuencia de un estudio profundo de su escritura. La periodización planteada de la recepción de la prensa anarquista montevideana da cuenta de cómo su obra fue omitida o silenciada de manera cómplice respondiendo a diversos aspectos, en la primera década. Aunque luego, entre 1910 y 1921, se “inició una ascendente carrera vindicativa de la figura” del dramaturgo uruguayo. El detallado cronograma de los estrenos y reposiciones en el circuito profesional de Montevideo y de otras ciudades, entre 1903 y 1910, como también de las representaciones en el circuito anarquista, entre 1901 y 1921, será un inevitable material de consulta para investigadores de distintas áreas. Después de este recorrido y a modo de una breve conclusión parcial, el autor sostiene que:

Esta perspectiva proselitista focal eliminó otras perspectivas posibles, contextuales, socio-históricas, literarias, que los textos de Sánchez habilitan. Con ese forcet subordinaron la pluralidad desplegada en su obra desde estrategias y niveles diversos, a la utilitaria pero restringida lectura sectorial. (145)

En el IX artículo, “Estética anarquista y literatura: entre el proselitismo y la autonomía intelectual”, el hilo conductor son las tensiones internas del movimiento libertario ante el ideal de fusionar doctrina y discurso teatral, en una cierta sumisión en la búsqueda de la complicidad ideológica. Y, en este primer cruce “entre conceptos estéticos divergentes,…, dentro del área cultura y literaria anarquista, se inscribió la intervención de la dramaturgia de Sánchez…” (153). Así críticos y censores intentaron establecer los principios constructivos del microsistema. Vidal no sólo va dando cuenta de la recepción de los primeros textos del intelectual, sino además explicita su tesis: “Sánchez se desmarcó la escritura proselitista…, se distanció del discurso sectorial”, aún en su producción artística dentro del marco del Centro Internacional, tanto su dramaturgia como su escritura periodística. Éste es el “núcleo duro” del recorrido cronológico y atento del autor, ubicar a Sánchez no en el punto del debate histórico dentro y fuera del movimiento anarquista, sino en el punto de inflexión. Su producción dramática siempre tuvo una cierta autonomía, con personajes y con temas afines al Ideal ácrata pero sin ceder en el plano retórico. Sánchez logró un código común entre el creador y el público, tanto en el circuito libertario como en el circuito profesional. Introduciéndose más en la producción del joven dramaturgo, en “Dos textos de Luciano Stein y dos estrategias discursivas para eludir el control proselitista”, Vidal desgrana el breve texto Diálogos de actualidad (1900) para dar cuenta del dominio de las estrategias retóricas del diálogo y de la ironía. Aclarando que lo revolucionario en este ejemplo es “el haber dejado a un lado el camino fácil del discurso proselitista y haber optado por la ironía”. Así con sus procedimientos discursivos “Sánchez elevó a la categoría de cómplice y coautor” al espectador. (179). Otro ejemplo es la construcción de la imagen fabril en Al pasar (1901), la alegoría ha sido utilizada por las distintas artes y éstas han tratado de representar el estado de shock del hombre moderno, tanto en espacio público como en espacio el privado. En Uruguay, en particular, y en la coyuntura de las guerras civiles y de la inoperancia del gobierno de turno, sumado a la corrupción y concentración del capital, para el dramaturgo la imagen de la fábrica estaba animalizada, “de fauces insaciables”. Vidal después de buscar en la superficie del texto, en las simples palabras, expone la profundidad de la escritura sanchiana en el par de opuestos: “Fábrica = trabajo / aniquilamiento / deshumanización”; “Hogar = reposo productivo / humanización / utopía” (188). Un punto más de la precoz autonomía, porque:

(…) el literato resuelve sin esquemas retóricos afincados en el discurso proselitista sino en las flexiones que ofrecen las técnicas de la prosa poética empalmadas con un instinto y una sensibilidad singulares. (189)

“Violencia, regicidio y justicia por mano propia” es el capituló siguiente; un recorrido desde la “saga de atentados dinamiteros” en Francia, en 1892, y el asesinato de Humberto I en Milán, en 1900. Estas iniciativas de acción directa despertó acalorados debates y polémicas que “ocupo la trastienda de las discusiones verificadas en el Uruguay” (obviamente también en Argentina). El investigador retoma la figura de Gori, quien afirmaba que “la moral anarquista es la negación completa de la violencia”, sin embargo sí fue ejercida desde el Estado la violencia contra los militantes anarquistas. Quizá con menos furia que en Buenos Aires pues mantuvo una “generosa política” al admitir a los libertarios deportados desde Argentina. En esta coyuntura, los escritores anarquistas respondieron a las manifestaciones de violencia dialogando a dos líneas:
(…) por un lado acompasaron la tendencia de los escritores extranjeros a considerar este tema en su dramaturgia para despertar la solidaridad hacia las luchas emprendidas en Italia y en España; por otro, se sumaron a la campaña periodística contra la represión puntal pero persistente de la que fue víctima el anarquismo local. (200)

En el aparto XII, “La violencia en dos obras censuradas”, Vidal aborda a pleno ¡Ladrones! y Los acosados y dialoga con el trabajo realizado por Golluscio de Montoya, en particular, y con otras lecturas más contemporáneas al intelectual. En esta perspectiva novedosa, es interesante ver de qué modo Sánchez utilizando el mismo recurso que los autores libertarios produce una situación dramática diferente. Pues en él, “los mediadores evitan o sustituyen la violencia”, en ¡Ladrones! es una “especie de violencia escritural” que después no se encuentra en el resto su obra, salvo con la posible excepción de Los acosados. (209). Las únicas dos escenas de ésta última obra, rescatas del silencio bibliotecario por Vidal, le permiten volver a explicitar su argumento, “la contradicción es falaz y surge de la demanda de coherencia impuesta por la crítica” (211). El corrimiento de Sánchez con el discurso anarquista es a la vez temático y escritural. Quizá porque convivieron en su persona: el sainetero y el de la obra de tesis, pero también “el Sánchez que nunca pudo ser tipificado” (215) ni como liberal ni como anarquista. El tema de representar la violencia siempre abrió numerosos interrogantes y rechazos, y en particular en una sociedad como la uruguaya después de sus dos guerras civiles. Por eso la singularidad de Florencio Sánchez fue posicionarse en lugar distinto, novedoso pero a la vez pragmático. “Un monólogo sanchiano y dos argumentos para demostrarlo” es el anteúltimo capitulo. El análisis aquí avanza por el territorio especulativo y la idea que estaría en potencia en los pequeños indicios es puesta en acto por el investigador. Por un lado, Vidal presenta dos fuertes argumentos sobre la posible autoría del joven Sánchez del brevísimo Monólogo, de 1900, pero, por otro, determinadas  circunstancias parecen destruir a los primeros. No obstante, “persisten aquellos elementos escriturales” que han sido sugeridos en las páginas anteriores, elementos que animan y permiten quizá incorporar este texto anónimo a la “atractiva lista de textos dispersos adjudicables al siempre sinuoso y polifacético” escritor (222). En “La autonomía creativa de un dramaturgo social”, el último capitulo, Vidal plantea una cierta de conclusión, conclusión nunca cerrada sino en constante diálogo con las fuentes primarias y las fuentes secundarias, e intentado saturar al objeto de estudio y dejando que él  haga las preguntas. Y, sugiere la necesidad de “consustanciar estos elementos discursivos en un fermento inyectado de operaciones de transculturación y estimar la ductilidad que evidenciaron en su desenvolvimiento” (223). El estudioso sanchiano incorpora un concepto nuevo que aglutina no sólo al hombre, al individuo que se hizo a sí mismo, producto de la modernidad en el contradictorio pasaje de siglo, sino también a su obra: “plasticidad cultural”. Quizá haya sido porque la contradicción entre el ámbito privado y el ámbito público representa uno de los límites del individuo moderno. Para Florencio Sánchez el éxito y el reconocimiento fue primero desde el circuito profesional, luego desde el circuito libertario. Fue la construcción del héroe, del autor faro dentro del campo teatral rioplatense, “con tintes de mitos y oscilante entre la utopia revolucionaria para algunos, y el sueño dosificado de un capitalismo reparador, para otros”. El “Apéndice documental” con textos de Sánchez inéditos, con notas periodísticas sobre él y con crónicas de sus obras cierra el exhaustivo trabajo realizado por el investigador.
Un recorrido histórico y social que presenta la forma de nudo[i], en el sentido de una figura de complejidad ambigua, como ambigua fue la figura de Sánchez. Porque en cada artículo el autor va recorriendo y desgranando esta primera etapa de la escritura sanchiana, no intentando deshacerla, sino por el contrario tratando de que las “simples palabras” den cuenta de las tensiones y contradicciones que coexistieron en  él como creador, como artista comprometido con la sociedad de su época. Así el lector se encontrará, desde lo general, dentro del marco del movimiento libertario uruguayo y, desde de lo particular, con un potencial nuevo sobre una antigua y enquistada discusión. En Florencio Sánchez la demarcación escritural de la retórica libertaria y la modulación de su discurso impulsada por la búsqueda de la unión entre el creador y el público son las dos puntas del mismo hilo, de la misma fibra. Por lo tanto no es tan importante desarmar el nudo, sino tratar de discernir el singular movimiento donde parece perder su unicidad, y este es el logro de Daniel Vidal.










Florencio Sánchez y el Anarquismo
Daniel Vidal
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad de la República
Banda Oriental
301 páginas






1 Aclara Vidal: “Las crónicas periodísticas identifican con ese mote a quienes se encargaban de propalar los ideales del anarquismo en la sociedad. Para cumplir con ese fin utilizaban una batería de recursos discursivos que incluían la oratoria en mitines sindicales, la conferencia sociológica o política y la escritura. En cada caso la habilidad del escritor o disertante estaba a prueba el propagandista desplegaba un amplio repertorio de registros y modalidades discursivas: era orador, conferencista, agitador, periodista, poeta, dramaturgo y narrador.”(59)

[i] Utilizamos el término de nudo como figura neobarroca según Omar Calabrese.

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