Cuando el autor noruego escribió Espectros ya el mundo había reconocido su talento con la puesta de Casa de muñecas (1879). Como en aquella, Ibsen vuelve con un naturalismo exacerbado a poner en cuestión las instituciones más caras para la burguesía ascendente, la institución religiosa y la institución matrimonial. Preocupado por el lugar que la mujer ocupaba en la sociedad de entonces, a quien veía como “sujeto” en todo el sentido de la palabra, describe a sus personajes femeninos como mujeres que estaban condicionadas a los mandatos divinos y humanos a través de los representantes de la Iglesia, Dios en la tierra, y de una sociedad patriarcal que las relegaba al lugar pasivo de esposa /madre/enfermera, en un mundo “privado”, sobre todo del verdadero significado de la palabra amor. La hipocresía necesaria para mantener las formas, la caridad como máscara del oportunismo y la conveniencia económica, el vicio, el alcohol y la droga, la prostitución en todas sus formas, el Spleen como enfermedad de la época, en ciertas casas y en ciertas clases, el prejuicio de confundir arte y genialidad con enfermedad y desorden del alma; se reúnen en un texto que desarrolla una historia cotidiana, donde seres perfectamente verosímiles por la característica de su visibilidad social, aparecen envueltos en una trama tejida en años de ocultamiento y resignación. La puesta que en el Centro de la Cooperación dirige Mariano Dossena, recupera el “aire de época” de la pieza, y nos lleva como espectadores a un tiempo / espacio fin de siglo. La idea de que la vida es un calvario que debemos soportar para redimirnos de nuestra culpa original, es puesta en cuestión por el autor, para decirnos casi con desesperación que todos los males proceden de nuestra ceguera para comprender el fin de la vida. Insistir en la alegría de vivir1, como regalo y no como obligación es casi el remedio infalible para recuperar la paz espiritual y encontrar el camino que nos aporte un significado a la existencia. Lo oculto, lo siniestro, lo impiden sin piedad, porque el mandato es más fuerte y porque además ese relato es el que sostiene los engranajes de la sociedad burguesa. Freud y Nietzsche sobrevuelan el pensamiento desgarrado del escritor noruego, que comprueba como en una revelación la causa de los males de su tiempo. El arte, la libertad, el amor, la felicidad posible, no son los componentes de un relato viable en una sociedad que necesita para seguir la rueda de su destino de la fuerza del rigor, la disciplina en el trabajo, la sumisión del otro, -donde la mujer lleva la peor parte-, y del engaño y el silencio, donde lo moral cubra las consecuencias de tanto desatino. Una puesta en escena naturalista que reconstruye el universo que el texto dramático describe y en el cual los personajes están inmersos sin posible salida. Espacio y tiempo coherentes pero que se aprisionan a sí mismo en la densidad de la fábula. El cuidadoso vestuario y la escenografía contribuyen a crear esta atmósfera de encierro, de frío indolente. También la iluminación recorta y delimita cuando la acción dramática lo requiere. Los actores trabajan en ese registro naturalista con eficacia, dando carnadura a sus personajes para que el espectador, como un voyeur, indiscreto y seducido por el relato, ingresen en el juego de lo real en el escenario, y se trasladen en tiempo y espacio al mundo Ibseano, sólo quebrado por el ingreso corporal del “espectro” que suma lo simbólico al mundo concreto de la sociedad noruega. Para el director teatral Buchín , “los ‘espectros’ son los fantasmas que vuelven, pero no son los terroríficos de la fantasía, sino los más terribles de la realidad que se repite a través de la herencia, encadenado a sus protagonistas.” (1986: 10). Por lo tanto, la única fisura que se permitió el director es la incorporación del contratenor que abre la primera escena, con algunas breves intervenciones y cierra el texto espectáculo, un “espectro” que se desplaza en las sombras, pero quizá sería mucho más significativo si sólo se escuchara su melodiosa voz. Porque la puesta en escena adquiriría una textura que no se halla en el texto dramático y sería un respiro para el espectador en tanta bruma densa ficcional. Ya que su director alcanza su propio desafío: “ser fiel a la época, que la puesta transpire una Noruega a finales del 1800, ese clima nórdico frío y umbroso”.
Espectros de Henrik Ibsen. Ingrid Pelicori (Sra Alving), Walter Quiroz (Osvaldo Alving), Marcelo Bucossi (Pastor Manders) Horacio Acosta (Jacobo Engrstrand), Iride Mockert (Regina). Joaquín Rodríguez Seffredini (cantante contratenor) Escenografía y vestuario: Nicolás Nanni Realización de vestuario: Romina Brunelli. (Zirkua Amets) Fotos: Ana Lee. Diseño gráfico: Andrés San Martín. Diseño de Iluminación: Pedro Zambrelli. Asistencia general: María José Uriezaga. Asistencia de producción: Tatiana D’Agate. Asistencia de dirección: Tony Chávez. Producción ejecutiva: Ana Ortiz. Producción: Pablo Silva. Dirección: Mariano Dossena. Sala González Tuñón. Canciones: Suo Gan (Canción de cuna galesa, tradicional) Lascia ch’io pianga, de George Friedrich Handel.
1 El director Mariano Dossena hizo pasar el punto de vista de la obra por esta afirmación: “Con Espectros se devela una nueva forma de entender lo espiritual que coincide en varios puntos con el budismo –otra filosofía de la cual soy un declarado apasionado- la transformación del karma la simple alegría de estar vivo, el intentar convertir la oscuridad en luz, son temas fundamentales en esta obra del genial noruego.” (Programa de mano)
2 Mirko Buchín, docente, director y actor teatral, en el 2008 fue declarado por el Concejo Municipal de Rosario Ciudadano Ilustre y es reconocido como sinónimo del teatro rosarino. Profesor adjunto de la cátedra de Introducción al Lenguaje de las Artes Combinadas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA durante 18 años, brinda sus conocimientos en el Estudio de Comedias Musicales y en su taller particular, además de conducir la Secretaría de Extensión Cultural en la Escuela de Música de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Como actor y director hizo obras de Chèjov, Ionesco, Gregorio Laferrere, Roberto Arlt, García Lorca y Florencio Sánchez, entre otros.
2 Mirko Buchín, docente, director y actor teatral, en el 2008 fue declarado por el Concejo Municipal de Rosario Ciudadano Ilustre y es reconocido como sinónimo del teatro rosarino. Profesor adjunto de la cátedra de Introducción al Lenguaje de las Artes Combinadas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA durante 18 años, brinda sus conocimientos en el Estudio de Comedias Musicales y en su taller particular, además de conducir la Secretaría de Extensión Cultural en la Escuela de Música de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Como actor y director hizo obras de Chèjov, Ionesco, Gregorio Laferrere, Roberto Arlt, García Lorca y Florencio Sánchez, entre otros.
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