Antón Chéjov1 escribe sus cuentos y obras dramáticas
sobre su Rusia natal desde la decepción y la ternura. Una mirada piadosa sobre
una sociedad que va sembrando el camino de las semillas de su propia desgracia,
y lo hace con una liviandad que lo asombra y lo desespera. Médico del cuerpo,
lo es del alma rusa cuando escribe. El
jardín de los cerezos2, es
claramente, la expresión de ese dolor por la pasividad, y la negligencia de los
suyos, y esa atmósfera entre trivial y asfixiante es lo que logra la dirección
de Alfredo Martín en la puesta que lleva adelante en Andamio 90. Con un ritmo diferente a otras versiones que
llevan la inactividad de sus personajes a proyectarse en una secuencia de mayor
lentitud, Martín imprime a las acciones una continuidad, que provoca en el
espectador la necesidad de ser testigos acabados del fin de una familia que se
sostiene en el bastión de un jardín que es símbolo de una clase y de una manera
de ver la vida. La distribución espacial contribuye a la espesura del texto
escénico, ya que en una triple dimensión, nos permite ver en acción a los
personajes en una profundidad de campo; y ser testigos de sus diálogos en
proscenio y de su presencia en el interior; trasgrediendo hacia delante el
espacio escenográfico, delimitándolo por las acciones. La búsqueda de un
naturalismo no exacerbado, hace que los objetos sean los indispensables, para
dar cuenta de la ecuación tiempo /espacio; acompañados por el vestuario y los
sonidos de extraescena, la dirección logra el efecto buscado. El pensamiento
chejoviano está en sus personajes, son ellos los que abordan su conciencia de
mundo: “En doscientos o trescientos años – dice Vershinin en Tres hermanas-, en mil años quizás,
habrá una vida nueva y feliz. Nosotros no seremos parte de esa vida,
seguramente, pero es en función de ella que vivimos, trabajamos y sufrimos.
Nosotros la creamos y es el único objetivo de nuestra existencia y, si usted
prefiere de nuestra felicidad”. Y el Dr
Astrov se lamenta en en Tío Vania:
“Los que vivan dentro de cien años, de doscientos años, nos despreciaran
por haber vivido nuestra vida de manera tan tonta, tan chata, y ellos encontrarán,
sin duda, la manera de ser felices…”. En El
jardín… la búsqueda a través de la
palabra de una explicación a la vida de esos seres se reparte entre los
personajes de Trofímov (Mariano Scovenna) y el personaje de Yermolái (Alfredo
Martín), uno dando cuenta de la inutilidad de esa sociedad y el otro
proponiendo la construcción de un mundo donde lo pragmático podría solucionar
una problemática que el resto no quiere ver, dichoso a su manera de comprobar
que de un pasado campesino, él puede ser un terrateniente, ante la fragilidad
de una clase a la que aspira; en la intersección de ambos pensamientos aparece
la encrucijada de la mirada chejoviana. Que también reflexiona sobre la
absoluta inconsistencia y falta de sentido de la vida de muchas de las mujeres rusas
de clase es uno de los centros a donde apuntan los dardos del autor, ya que la
construcción de las figuras femeninas en sus obras, tienen además de un lineado
social, una mirada desde el género. Las cinco mujeres que aparecen en El jardín…, Liubov, Varia, Ania, Charlotta,
y Duniasha, son representantes de
estratos sociales distintos pero también dentro del marco de la vida
individual, actúan con las herramientas que su condición les impone; esperar,
ser discretas, sometidas al deseo y a la oportunidad que el dinero les ofrece,
sin escapar a su sino, cuya transgresión es la causa de su desgracia. La
soledad de un sexo que no se atreve, en un mundo que tampoco se atreve demasiado, es una doble sentencia de muerte. Chéjov
retrata un universo femenino acorde con su mirada del mismo, en un territorio
donde, sin embargo, las mujeres iban ganando terreno en una lucha que las
llevaría a la Revolución
de octubre. Como afirma Nora Domínguez: “La revolución rusa fue iniciada por la
mujeres. Alrededor de diez mil trabajadoras de la industria textil salieron a
las calles de Petrogrado para protestar por el racionamiento del pan. Era el 23
de febrero y, de acuerdo con el calendario ortodoxo ruso, esa jornada se
celebraría el día internacional de la mujer. La protesta se convirtió en huelga
general, se extendió a otras ciudades y finalizó con la abdicación del zar.”
(…)2 La nostalgia por un mundo que se acaba
irremediablemente, y del que Chéjov anhelaba su fin, queda explicitado en el
personaje del viejo criado, Firs, (Eduardo Finkielsztein) que cierra el relato;
siervo resignado a su condición, que teme a la libertad. La puesta de Alfredo
Martín respeta el mundo chejoviano pero le imprime un ritmo de comedia, que las
buenas actuaciones confirman y que el autor ruso hubiera aprobado.
El jardín de los cerezos sobre
una obra de Antón Chéjov. Elenco: Cristina Fernández, Luis Dartiguelongue,
Agustina Arregui, Victoria Fernández Alonso, Alfredo Martín, Mariano Scovenna,
Eduardo Finkielsztein, Guillermo Ferraro, Carolina Vela, Alberto Astorga,
Natalia Chiesi, Agustín Corsi. Asistente de dirección: Natalia Vozzi.
Asesoramiento artístico: Marcelo Bucossi. Crítico invitado: Christian Lange.
Iluminación: Pehuén Stourder. Escenografía: Ariel Vaccaro. Vestuario: Ana
Revello. Fotografía: Daniel Goglino. Diseño gráfico: Cecilia Elasche. Objetos:
Ana Revello/ Emi Pope. Dramaturgia y dirección: Alfredo Martín. Andamio 90.
Domínguez, Nora,
1996. “Mujeres rusas. Entre el lujo y la exclusión” en Revista Teatro, la
Revista del Teatro General San Martín, Tercera época, año 2,
número 4, noviembre. (44/45)
1El jardín de los cerezos tuvo numerosas puestas en los teatros de
Buenos Aires, algunas de las más recordadas son las que se pusieron en los
escenarios del Teatro General San Martín. En 1966 a cinco años de su
inauguración, el elenco de la Comedia
Nacional que dirigía Luisa Vehil, bajo la dirección de Jorge
Petraglia, y con la participación de Delia Garcés como Liubov. En plena
dictadura militar, 1978, con traducción y dirección de Omar Grasso, con el
condimento de una escenografía realizada por Raúl Soldi. Alicia Berdaxagar,
Miguel Ligero, Oscar Martínez, entre otros, formaron parte de aquel elenco.
Tuvo su reposición en 1981; donde algunos nombres son reemplazados por Osvaldo
Bonet, Juana Hidalgo, Ingrid Pelicori. Seis años más tarde, bajo la dirección
de Inda Ledesma, otra vez sube al escenario del San Martín, El jardín de los cerezos.
2 Continúa: “En 1881, una mujer,
Sophia Perovskaia, figuraba en el grupo que participó en el atentado contra el
zar Alejandro II. Las mujeres constituían más del 10% de los revolucionarios
rusos en la época de 1870; esta proporción era del 30% en los grupos más
extremistas. Elizaveta Koválskia, revela que la emancipación de los siervos en
1861 dio lugar al surgimiento de un movimiento de mujeres que comenzó a unirse
hacia 1870 en grupos de estudio para discutir su lugar en la sociedad.”
(Domínguez, 44)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario