Un espacio, un medio círculo de lianas de lana, ovillos desmajados que
tejen telarañas invisibles que impiden la salida, metáfora de las
infinitas razones que anidan en la mente para justificar el encierro o
la pasividad para dejar aquello que nos causa dolor, sufrimiento y una
profunda angustia. En el silencio que abarca el comienzo de este
ejercicio para actores, hay también una violencia contenida que se
dirige hacia dentro, fuerza centrífuga que abarca a los personajes y los
absorbe, y que se dirige hacia fuera, al espectador, que detenido en
ese no tiempo que la puesta exhibe, desea como los personajes que algo
suceda y rompa la angustia de la no acción o de la repetición indefinida
de un círculo vicioso. La perversión no está en las acciones repetidas
de seducción y falsos orgasmos que la actriz finge, delante de su
partenaire que resiste, o reacciona con una violencia desmedida, sino en
la continuidad en el dolor. Crítica a la pareja, al matrimonio
institucional, al deseo formateado dentro de un envase que ya no resiste
el mínimo análisis por parte del autor, o sólo una manera de dar cuenta
de las construcciones que el ser humano se fabrica para evitar aceptar
la derrota y la cobardía. Desde una mirada masculina, que pone en la
mujer nuevamente la debilidad, Miguel Fanchovich propone una relación
imposible, recurriendo al género del absurdo en su circularidad
infinita, en la imposibilidad de escape en que los personajes se
encuentran, en los diálogos fragmentados, pero el texto no alcanza para
mantener en el tiempo de la enunciación el registro de alta intensidad
que se le pide a los actores. Desde el dispositivo escénico se remarca
este espacio claustrofóbico y contribuye a crear la atmósfera necesaria
para un relato zigzagueante por los intersticios de las mentes
atormentadas de ambos personajes. La acción dramática no se resuelve,
llegando a la última escena como a un recorrido sin memoria, porque el
verdadero hilo conductor está formado por esas secretas telarañas. Así
el color rojo satura el espacio lúdico, espacio siempre al borde de
situaciones extremas. El rojo es el color del fuego y de la sangre pero
también el color de la pasión y del amor. Un hombre ... una mujer que se
desplazan, se acercan y se seducen, a la vez que se rechazan y se odian
como si fueran dos fuerzas opuestas que se complementan y en un cierto
punto encuentran el equilibrio o la indiferencia. Quizá esta situación
esté reflejada en el color de la vestimenta, las túnicas atemporales,
sin historia, como punto de neutralidad o estabilidad. Carente de la
luminosidad de otros colores el gris no diferencia ni víctima ni
victimario, y como en una cinta de moebius o en un círculo vicioso, sin
principio ni fin, el texto espectáculo obtura toda posibilidad de romper
con el ámbito de lo privado. Un texto complejo, construido desde lo
obturado, desde lo no dicho, que propone un trabajo interesante para los
actores y para la dirección, que deben expresar desde el cuerpo y las
acciones contenidas un mundo íntimo, a veces impenetrable.
2 (un hombre…una mujer) de Miguel Fanchovich. Dirección: Marcelo Saltal. Guión: Miguel
Fanchovich. Elenco: Fernando García Valle, Julia Houllé. Escenografía y
Vestuario: Marcela Tazzioli. Diseño de Iluminación: Guillermina
Zanzottera. Producción Ejecutiva: Soledad Castro Virasoro. Asistencia de
Dirección: Noel Huber, Mariela Llorca. Fotografía: Naudillo Márquez.
Prensa: Tehagolaprensa. La Tertulia
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