Ella: La calle por donde venía tenía adoquines, pero no pretendía nada con eso. Era solo una calle que tenía adoquines y yo caminé mucho hasta llegar. Me gustaba caminar por esa calle porque todo era más lento y me gusta ir más lento o hablar más lento ¿te hablo más lento? No veía bien la calle, ni mis pies sobre la calle. Todo lo que pisaba parecía borrarse para siempre y eso me daba tristeza. Ahora trato de acordarme para que no desaparezca. Creo que pisé charquitos cuando venía. Charquitos sobre adoquines que no pretendían nada… Estoy pisando sangre, pensaba, ¡Sangre, que susto! ¿Habré pisado sangre? Guardo la carta, papá, en mi cabeza la guardo. Me enojé y vos me escribiste tantas cosas hermosas y yo con siete años. Me la repito todavía, para que no se me vaya (silencio) Tal vez no te gusta que éste acá, intente distraerme para no venir, te lo juro ¡Estoy llena de cuchillos! (Ella se acerca más a la puerta. La acaricia. Silencio.) ¿Te acordas de la carta? Vine porque la escribiste y porque se me repetía acá. Pensé que no tenía que dejarte ir así, tan fácil después de tantas palabras, de nuestros ojos mirándose. Cuando venía la usé para no tener miedo. La usé como espada. Es gracioso, una carta-espada. Me duelen hasta las suelas de los zapatos. Siento ampollas ¡Todo es tan tibio, papá! La gente no quiere en serio. El camino era largo y con sombras. Yo trataba de descubrir que cosa eran las sombras ¿Qué cosa son las sombras, papá? ¿Qué cosa son las sombras? (en la penumbra se escuchan ruidos) Escucho los ruidos ahora, aunque te siga hablando. Cuando venía me asusté y del susto me corté el pelo y lo desparramé por el piso y quise hacer promesas que no me salieron (Silencio) Que raro es que no me contestes. ¡Es tan difícil recordar como era tu voz! (Pausa) No sé como llegué hasta acá, papá, vine tanteando. Así, con los brazos para adelante, haciendo airecito hacia atrás para no chocarme con nada. ¡El dolor te hace hacer cosas enormes! Sí ya sé, y cosas estúpidas. (Continúan los ruidos en las penumbras) Tengo que hablar para no escuchar lo de abajo que me asusta. Cuando caminaba olía raro, como ahora. Un olor que no puedo acordarme a que me hace acordar. Se me deben estar saliendo cosas de la cabeza y se están mezclando con las sombras ¡Estaba tan oscuro! Y yo sin luz. (Dejan de escucharse los ruidos) Sentía las sombras cerca del cuerpo, cerca de mi carne, papá. Grite fuerte tu carta. Grite que estaba dispuesta… y nada. Si había que prometer algo, o quemar viseras, yo lo hubiera hecho. Pero nadie dice nada de estas cosas ¿no? Venía por un camino interminable y eso me hacía llorar. Lo interminable. (Continúan los ruidos en las penumbras) ¿Escuchas? Los ruidos digo ¿los escuchas? Deben de ser las sombras de miserables como yo que buscan y buscan algo. ¿Van a atacarme? ¿Vas a defenderme? Digo tu carta: ¿puede el árbol no querer a sus ramas? ¿Puede el árbol no querer a sus ramas? (Continúan los ruidos en las penumbras) Me duele el cansancio, papá, o caminar o las ampollas o los cuchillos o no tenerte. (Pausa) Quiero ser tu hija para siempre ¿sabes? Vine a buscarte.
Este profundo monólogo[1]
inicial en la voz del personaje femenino, de espalda y aferrado a la puerta
frigorífica, nos sugiere múltiples sentidos; será cada espectador y según su
historia particular quién elija a partir del espesor dramático de dicho
comienzo el recorrido a realizar. La Sala
de Patio de Actores le otorga a la obra, Arena entre
la carne y el hueso, el marco íntimo y casi confesional
necesario para el desarrollo del hecho teatral. La utilización del espacio en
dos niveles nos recuerda a la tragedia griega. En la parte superior, el lugar
sagrado de los dioses, en Arena… se
encuentra el cuerpo de un padre a quien su hija venera como a un dios. En la
parte inferior, los hombres de carne y hueso que intentan cuidar esa puerta, quizá
para que no se devele ningún misterio, y quienes constantemente se interponen a
las súplicas de Ella. En el inicio, la luz en tono azul claro remarca a la hija
llamando a su padre con un lamento y el recuerdo de una carta como una última
voluntad; mientras en la penumbra se mueven lentamente esas sombras, como
espectros que acechan, y se escucha el ruido que provocan como si afilaran sus
grandes cuchillos. Cierta musicalidad que parece encontrar su contrapunto en
los golpes que producen los viejos cajones al ser arrojados por estos mismos personajes.
La melodía del violonchelo en
vivo y los pequeños momentos de comicidad producen cierto respiro al espectador,
atrapado en un relato intenso. Como en la tragedia clásica, el cuerpo del padre
nunca se verá en escena, pero damos por cierto que detrás de la gran puerta
yace sin vida. Los cincos guardianes cumplirían un rol similar al del coro en
la tragedia griega – por su carácter ambiguo entre algo ritual y algo distanciador-
y encarnan fuerzas que no se pueden individualizar incorporándose a la acción
dramática. Hombres que actúan y cantan, hombres con blancos delantales de
cocina que pican y destrozan paquetes de acelga y cebollas, que luego esparcirán
por el suelo, provocando en el espectador una situación real: el olor de la
verdura fresca nos involucra más allá de la fuerte teatralidad en el espacio lúdico.
La perfecta utilización del espacio escénico le otorga más dinamismo al ritmo
sostenido que tiene la obra, también la iluminación, que de manera acertada
focaliza continuamente la mirada del espectador. Todo el texto espectáculo está
atravesado por la musicalidad del discurso verbal, del instrumento musical, de
las diferentes sonoridades de los chuchillos, de los ruidos que producen los cajones.
Además, por la musicalidad que se construye en escena a partir de los distintos
tonos, los gestos y los desplazamientos de cada actor, especialmente Bea Odoriz
(Ella), quienes logran a lo largo de la obra modificar la tensión dramática en
esta búsqueda de un cuerpo insepulto.
Arena entre la carne y el hueso de Bea
Odoriz [2]
. Elenco: C1: Ariel Hagman (cover. Carlos Diener), C2: José Luciano
González, C3: Hernán Bustos, C4: Rafael Walger, C5: Lautaro Mackinze, Ella: Bea
Odoriz. Asesoramiento vocal: Pablo Pollitzer. Prensa: Claudia Macauliffe.
Fotografía: Catalina Boccardo. Organización gráfica: María Eva Ricchio. Ilustraciones: Madonna Mayfield. Vestuario:
Mariana Seropian. Diseño de iluminación: Fabricio Ballarati. Escenografía:
Ariel Vaccaro. Música: Ariel Hagman. Producción: Romina Beraldi. Co- dirección:
Carla Baglivo. Dirección: Bea Odoriz. Patio de Actores.
[1] Gracias a la gentileza de Bea Odoriz, hemos reproducido el monólogo de manera íntegra ante la dificultad de realizar un recorte no arbitrario.
[2] Bea Odoriz tiene una amplia trayectoria en distintas actividades
artísticas: dramaturga, directora, regisseur, actriz y docente.
Estudio actuación con Norman Briski, Mariana Briski (Clown y comicidad), Diego
Starosta (Teatro antropológico). Dirección Eugenio Barba. (Copenhague,
Dinamarca); Víctor Varela "Del sensible al vital" y "Training
del cuerpo suspendido"; Susana Rivero "Uso dramático del cuerpo"
y "Creación del personaje". En dramaturgia se formó con: Daniel
Veronese, Alejandro Tantanian. Luego en la Escuela de Letras de Madrid, con José Sanchís
Sinesterra, Yolanda Pallín y Juan Mayorga. Sus últimos estudios de dramaturgia
fueron en la Escuela
de Arte Dramático de Buenos Aires, a cargo de Mauricio Kartun. Terminó la
carrera de Regié en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Como actriz
participó en diferentes obras teatrales y varietes de humor, también participó
en televisión. Como dramaturga estrenó "La Parte Pendiente",
2005; escribió "Caída Crónica", estrenada 2007; estrenó en 2009
"Ten Piedad de Mí" de su autoría y bajo su dirección;
"Mariela" sin su dirección en 2000; dirigió y escribió "La Piecita, tango en un
acto". Fue integrante del ciclo "Bestiario Grimm", presentando
la obra musical "El ir al encuentro" como autora, 2006-2007. Como
dramaturga escribió junto a Jorge Sánchez "Desierto Aire" estrenada
en 2009. Estrenó como autora- directora la pieza "Yo, Renata", 2010.
Tiene aun varios textos sin estrenar ni editar. Dirigió "El maestro de música"de
Pergollesi; Puesta en espacio del
concierto "Vespro della Beata Virgine" de C. Monteverdi,; Semi-
montado de "La Virtud
de stralli de amore" de F. Cavalli; dirigió también la ópera "Dido y
Eneas" de H. Purcell; hizo el semi- montado de "Flauta Mágica"de
Motzar; semi montado de "Ifigenia en Tauride" de Gluck, dirigió
"Amahl y los visitadores de la noche" de G. Menotti , 2008. También
estrenó un semi montado "Castor y Pollux" de Rameau y fragmentos de
"David y Jonathas" de Charpentier dentro del ciclo "Conciertos
del mediodía del Mozarteum" y el ciclo "El camino del Santo".
[http://www.alternativateatral.com/persona359-bea-odoriz]
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