viernes, febrero 24, 2012

La Señorita Julia (1888/2012) de August Strindberg | Marcelo Velázquez



La Señorita Julia1 tiene una larga trayectoria de puestas en Buenos Aires, es uno de los textos de Strindberg más representados, y la obra considerada como referente a la hora de hablar de naturalismo. Marcelo Velázquez es un director que trabaja con solvencia y comodidad dentro de los parámetros naturalistas, recordemos Acreedores (2010) dirección que le valió una mención revelación, aunque también ha dirigido piezas de poéticas diversas, como su puesta de Criminal (2007) de Javier Daulte. La versión que dirige en El Extranjero es fiel al espíritu del autor y a su época, como así también a la poética naturalista que la constituye. En un espacio determinado por el piso de la cocina, blanco y negro como un tablero de ajedrez, o el  de juego de damas, como metáfora de lo que va a suceder, se desarrolla la intriga que reúne a los tres personajes centrales del drama. Allí harán sus movimientos, esas acciones que transcurren en la noche de San Juan y que modificarán sus vidas para siempre. Allí, en la cocina donde Cristina prepara la comida para los señores, los lacayos y los animales, donde se refugia la señorita Julia en busca de Juan, y donde la presencia del conde está señalada por un par de botas que deben ser escrupulosamente lustradas. La estructura opresiva del siglo XIX, se hace presente en el cinismo descarado del personaje masculino, y en la forma desesperada e inadecuada de Julia de llevar adelante una atracción que la domina; los ojos y la voz de la sociedad es la conciencia de Cristina que no puede obedecer y guardar respeto a una “señora” que según los parámetros del “deber ser”, no se respeta a sí misma. Señalando una y otra vez, que no es entregarse el hecho equivocado sino hacerlo con alguien que está por debajo de su clase. “Usted ya no está entre los primeros, está detrás de los últimos” le dice Juan para instarla al paso final. El lugar de la mujer, ha cambiado considerablemente, por supuesto, que no en todo el mundo, ni de forma homogénea, y también es verdad que algunos cambios, sólo son más de lo mismo, o una pequeña concesión para que todo siga igual, será por eso que el texto de Strindberg sigue aún produciendo relato. La actuación de Gustavo Pardi, es no sólo verosímil, sino por momentos, excelente, su Juan toca todos los registros y logra los matices necesarios, de alguna manera el punto de vista de la puesta pasa por él. Julia en el cuerpo y  la voz de  Josefina Vitón no logra de forma total introducirse profundamente en el conflicto del personaje y algunas veces parece solamente declamar el texto; es  hacia el final, que la tensión por fin la atraviesa, y el espectador puede sentir con ella, lo irreversible de su situación. Paula Colombo compone una Cristina austera, que por momentos lleva adelante una actuación rígida y esquemática. El espacio escénico es íntimo e impenetrable, es el espacio donde el conflicto entre dos mundos opuestos se enfrentan, quizá también entre lo nuevo y lo viejo, en ese tablero de ajedrez sugerido desde el piso y cada jugador muestra con en sus movimientos los puntos fuertes y los débiles. Pero si la Dama – la Señorita Julia- puede moverse en cualquier dirección según lo desee, será el Peón – Juan- quien gane la partida haciendo jaque mate primero a la Dama y por añadidura el Rey – el Padre. La rigidez de las líneas rectas de la escenografía (Nicolás Nanni) delimita la situación dramática y el espacio virtual representado se filtra con una presencia opresiva y siniestra –el Conde ejerce su poder sobre ambos contrincantes, el pueblo disfruta de una  bacanal noche de San Juan. Además pone en el espacio real representado el pesado legado de la herencia, algo/alguien que siempre escucha en silencio y se mueve lentamente, como una sombra entre el tiempo de la vida y de la muerte, que podemos observar a través del liviano lienzo negro desde la platea2. Mientras que el impecable vestuario (Nicolás Nanni) nos ancla en la época de su estreno, a fines del siglo XIX. Naturalismo sin fisuras en la textualidad de Strindberg, naturalismo en abismo en la puesta de Velázquez, que exalta los determinismos, y juega con la verdad escénica, desde el ritual de la comida y el vino hasta la muerte del pájaro; símbolo anticipatorio de la muerte de Julia, la social y la real3.




La Señorita Julia de August Strindberg. Versión: Enrique Papatino. Elenco: Julia (Josefina Vitón), Juan (Gustavo Pardi), Cristina (Paula Colombo). Escenografía y vestuario: Nicolás Nanni. Realización de escenografía: Gastón Nanni.  Realización de vestuario: Celia Cohan. Iluminación: Alejandro Le Roux. Diseño gráfico: Verónica Duh. Soporte audiovisual: Sebastián D’Angelo / Virginia Mañe. Asistencia de dirección: David Robles. Música original: Pedro Rossi. Dirección: Marcelo Velázquez. Prensa: Silvina Pizarro. Espacio teatral: El Extranjero.









1 Escrita durante el verano de 1888, cuando Strindberg se hallaba en Dinamarca, el autor envió la pieza al editor sueco Karl Otto Bonnier, convencido del valor del manuscrito, pero también de las dificultades que habría para su publicación, previsiones que se vieron confirmadas tras el rechazo del editor. Años más tarde, Bonnier admitiría, arrepentido, el gran error que había cometido. Posteriormente, otro editor, Joseph Seligmann, accedió a su publicación, abonando 300 coronas a Strindberg, pero exigiendo que la obra fuera pulida en los pasajes considerados más escandalosos. Según los investigadores, el editor hizo cerca de 300 enmiendas y cambios en el original. La primera edición apareció el 23 de noviembre de 1888, y los críticos fueron tan despiadados que la calificaron de ser "un montón de basura".

Censura

Las dificultades para ponerla en escena no fueron menores a causa de la censura. La obra se representó por primera vez el 14 de marzo de 1889 en Copenhague, ante unos 150 espectadores, en una función casi privada y en la que el papel de Julia fue hecho por Siri von Essen, entonces mujer de Strindberg. Algún diario llegó incluso a exigir que la pieza fuera confiscada, y su autor, expulsado de Dinamarca. Tras una representación que fue un fracaso, realizada por un teatro experimental en Berlín, La señorita Julia cosechó sus primeros éxitos en 1893 en París, donde fue representada por teatro libre. La primera representación ante el público en Suecia tuvo lugar en Luynd en 1905, a iniciativa de August Falck, un joven director que se entusiasmó con la pieza. Cuando la moral sexual comenzó a cambiar en el mundo, a partir de los años veinte, la pieza de Strindberg comenzó su imparable carrera hacia la fama, que no se ha detenido hasta el día de hoy, siendo representada en casi todos los escenarios del mundo. En 1985, Ingmar Bergman dirigió la pieza en el teatro Dramaten de Estocolmo, con Marie Göranzon en el papel de Julia. Este montaje se vio en Madrid los días 28 de febrero y 1 y 2 de marzo de 1986, coincidiendo su estreno con el asesinato del que fuera primer ministro sueco, Olof Palme, en Estocolmo. (Por Ricardo Moreno, Estocolmo, para la Edición archivo del diario El País, 22/11/1988)

2 Para el naturalismo que no cree en los finales felices, dos son los determinismos que marcan a los personajes sin ofrecerles la posibilidad de cambio; uno el determinismo social que hace que cada individuo siempre se encuentre atrapado por su condición de clase, y el segundo el determinismo biológico, la herencia que cada individuo recibe y que como un destino trágico e inamovible provoca la desgracia de los actores del drama. Estos dos elementos están presentes en la obra de Strindberg, y son los puntos de apoyo de la puesta dirigida por Marcelo Velázquez.

3 La muerte del jilguero, anticipa no sólo la muerte de la señorita Julia, sino que es símbolo de la entrega que ella misma hace de su cuerpo y alma. Prisionera en la jaula de las convenciones sociales, sólo es liberada para el sacrificio ritual, aunque el sacerdote que ejecute la misa negra de su muerte no esté a la altura de los acontecimientos, según la rígida sociedad que la rodea. Su madre que había querido romper con el esquema absolutista de género, es traicionada por las circunstancias y sólo puede hallar calma a su furia a través de una venganza que cae sobre ella misma. Julia se defiende con las herramientas, aún inadecuadas, en una sociedad patriarcal que ve a la mujer como un ser inferior sometido al logos masculino. Juan es ese logos, y vence a pesar que no pertenece a su clase o tal vez porque no pertenece a ella.



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