Yo no estoy y estoy siempre en mis versos, viajero,
Pero puedes hallarme si por el libro avanzas
Pero puedes hallarme si por el libro avanzas
Dejando en los umbrales tus fieles y balanzas:
Requieren mis jardines piedad de jardinero.
(Alfonsina Storni)
Requieren mis jardines piedad de jardinero.
(Alfonsina Storni)
Cuando vemos el cuerpo de la actriz en escena, en una escena despojada
de elementos que distraigan nuestra atención, y oímos como de su voz surgen los
versos de la poetiza Alfonsina, no sabemos discriminar que produce mayor
seducción, si el decir o lo dicho; o ambas cosas unidas en ese cuerpo
atravesado por el talento de la palabra y de la actuación. El tercer elemento
es la selección que el autor, Mariano Moro, hace de esa escritura cargada de
ternura, pasión y dolor, que logra enlazar vida y obra a través de las palabras
de una visión poética que logra transformarse en la metáfora de una
subjetividad muy particular. Sin recurrir a las poesías más conocidas,
recortando con piedad de jardinero algún verso, aquí o allá, construye una
trama que está presente en la escritura, y ordena el caos. Alfonsina Storni no
era argentina de nacimiento, pero como todas las mujeres de su época en el país
estaba sujeta a una moral burguesa que condensaba en el silencio el mejor
ejercicio de la femeneidad: “Y todo eso mordiente, vencido, mutilado, / Todo
eso que se hallaba en su alma encerrado, / Pienso que sin quererlo lo he
liberado yo” (62) Ella transgresora desde la niñez, no dejó nunca de provocar
la marginalidad impuesta a su género y luchó en el terreno de los hombres por
un espacio que se ganó como diría su amigo Roberto Arlt: “por prepotencia de
trabajo” y por una audacia que apagó el miedo a los demás con el ataque frontal
de la palabra, en el ejercicio del enunciado y de la enunciación. Poeta,
dramaturga, docente, periodista, invitada sin tarjeta al festín de la vida
intelectual, amiga entrañable de Horacio Quiroga, y constructora sobre todo,
como aquél, de su destino. El punto de vista de Moro resalta esos aspectos de
su personalidad, mostrándola frágil y etérea
a la vez que aguerrida, cínica, y decidida. La actriz Victoria Morèteau,
dirigida por el propio autor, logra entender el proceso de construcción de
sujeto que el autor realiza a través de las propias palabras de su
protagonista, y encarna a Alfonsina con una ductilidad y una excelencia, que
nos hace sentir al personaje y olvidar a su instrumento. Su trabajo es
excelente, en matices, gestualidad, movimiento corporal, pregnancia en el
escenario, abarcador en el juego incesante de una voz corporizada que nos trae
a Alfonsina en cada momento, en un presente continuum. El diálogo que establece
con el público, constituye una pieza fundamental en el hilado del relato,
subrayado por la iluminación de Claudio del Bianco, que sugiere y transforma el
espacio. El sujeto no deja fluir al vacío las aristas de su vida, no reflexiona
sobre sí misma para sí misma, necesita ser escuchada, necesita de la
complicidad de otras mujeres y de otros hombres, que puedan entenderla, ser
capaces de escuchar con atención los pormenores de una relación, que desde la
dirección hacia el hombre, como destinatario privilegiado, abarca a una
sociedad toda que es la que la expone a la mirada acusadora de su
intransigencia, y de la crueldad de ser juzgada por la valentía de un amor
develado en su escritura. El hombre para
Alfonsina es ese otro, que se mueve entre el deseo y el rechazo, cuando lo
imaginado no se corresponde con la realidad:
Estuve en
tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das,
Hombre pequeñito que jaula me das,
Digo pequeñito porque no me
entiendes,
Ni me entenderás. (53)
Pero, Alfonsina habla a través de los hombres de las mujeres, de ella y
de todas, las iguales y las diferentes. Las que entienden el dolor de la
distancia entre lo deseado y lo obtenido, y las que callan y se conforman.
Habla también de la necesidad de lograr con el hombre un espacio de complicidad
amorosa, que le resulta tan difícil en un mundo donde la estructura es la regla
a seguir, donde se castiga cruelmente a quien la evade. Y habla también de la
muerte, la que supone no ser como se quiere y necesita, obligada a mentir para
ser aceptada, y la definitiva que nos ronda desde el comienzo, como una amiga
extraña que nos arroja al valor o a la cobardía. La muerte es la definitiva
paz, el premio final a un cuerpo cansado de la lucha cotidiana; y es también
una elección de modo, tiempo y espacio. La escritura y la puesta de Mariano
Moro transfigurada en el cuerpo de Victoria Morèteau, que se luce en su imagen
despojada, nos acerca con su pluralidad de matices al universo de la poeta y de
la mujer, para construir en una sola figura, la de la actriz, una trama de
fragilidad y de fuerza que nos envuelve en la seducción de la palabra, la
mirada, y la danza de su cuerpo.
Alfonsina y los
hombres de Mariano Moro. Intérprete: Victoria Morèteau. Iluminación:
Claudio del Bianco. Vestuario: Victoria Morèteau. Diseño gráfico: Mía
Comunicación. Prensa: Simkim & Franco. Producción Ejecutiva: Sebastián
Ezcurra. Dirección: Mariano Moro. Fotografía: www.oneboutiquestudio.com.ar.
Teatro: El extranjero.
https://www.facebook.com/AlfonsinaYLosHombres
Storni, Alfonsina, 1968. Antología
poética. Buenos Aires: Editorial Losada.
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