“Pensando el hombre como mero mecanismo en la
producción, ajustándonos
a los
principios de una sana economía, cuando el rendimiento cae por debajo
de los gastos de mantenimiento, se comienza a ser una
carga inasumible, ya
no vale la pena la “reparación” y es estrictamente
lógico suprimirlo”
Un escenario en
semipenumbra donde cuatro personajes se mueven entre grandes carpetas de
oficina y unos grandes móviles de metal que cumplirán diferentes funciones a lo
largo del desarrollo de la puesta. El lugar, un subsuelo donde se llevan
adelante las autopsias que den cuenta del por qué de la peste. Peste como
metáfora, que recuerda a otra en la palabra de Antonie Artaud, y su teatro de
la crueldad. Porque si hay un sentido que se reitera en el trabajo del grupo:
es la crueldad, la antropofagia, el hombre como lobo del hombre. La analogía
entre los cerdos y los humanos, y su manera de ser ambos cebados hacia el
matadero, también recuerda aquel libro fundamental para entender un momento en
el mundo como la década del cuarenta y su guerra infamante, Rebelión en la granja de George Orwell. Lo humano contamina el mundo
del hombre y de los animales, y lleva la peste en su esencialidad. Hasta allí,
la propuesta metafísica de un teatro que trabaja con la estética barroca del
feísmo y de “pintar” la sociedad desde una mirada que va desde adentro hacia
fuera. Pero las analogías no terminan allí, en lo concreto, en el presente de
la enunciación, Eusebio Calonge da cuenta de una realidad española, fácilmente
trasladable a otros escenarios europeos, paisajes tan conocidos por otra parte por
el espectador de Buenos Aires. El descarte por edad, la lucha por permanecer,
la aceptación del sistema que es el que provoca finalmente las dos situaciones
anteriores, están presentes en la representación. Los humanos en una sociedad
vacía de valores, donde la palabra es una unidad privada de sentido, es carne
para el matadero; es ese mundo perverso, tortuoso, kafkiano el que se presenta
a sí mismo con el desenfado propio de un teatro que además se da la oportunidad,
de cuestionarse en una discusión metateatral: “ que antigüedad…” “no se
entiende nada, nada…” El humor sobrevuela la platea y una risa nerviosa se hace
presente ante una realidad que se presenta en escena con todo su dolor y su
descarnada verdad. Humor ácido, negro, negrísimo, constituyente de las
actuaciones que desde el estereotipo, del trabajo inarmónico con el cuerpo, del
desequilibrio buscado en las acciones, provoca la desmesura. Actuaciones que el
grupo lleva adelante con precisión y con la madurez de un trabajo exhaustivo en
la búsqueda del efecto sobre el espectador. Como se afirma en el programa de
mano:
Su trayectoria tiene como constantes teatrales el
compromiso existencial y el partir de sus raíces tradicionales para revelar una
simbología universal como recursos dramáticos, la búsqueda de una poética
trascendente sin perder la cotidianidad, el uso simbólico de los objetos, la
expresividad visual, la encarnación de textos en situaciones puramente
teatrales y la plasmación de personajes vivos, y como método de trabajo, un
riguroso proceso de creación en comunidad.
Esta indiscutible trayectoria
de más de 30 años con la incorporación de Calonge como el dramaturgo de la Compañía, desde hace
tiempo, permite a nuestro público disfrutar ese humor para nada inocente y
repensar las situaciones trágicas que tienen que ver con una maquinaria siniestra.
Los cuatro actores construyen a sus personajes desde una corporalidad, más allá
de las máscaras, que se fragmenta o se fusiona entre lo humano y lo animal. En
el dispositivo escénico los mínimos elementos - estanterías metálicas y pilas
de viejos biblioratos por doquier - son desplazados constantemente por los
personajes, líneas rectas para los distintos espacios lúgubres que la situación
dramática requiere: el hospital / la morgue, la oficina / el depósito. Un gran
espacio sombrío y claustrofóbico como el de una cárcel donde todos están
encerrados. Ningún objeto parece ser nuevo como tampoco es nueva la idea de que
si hay menos cerdos habrá menos trabajo y, por lo tanto, más despidos. Es
interesante el trabajo corporal y gestual del actor que personifica a la muerte
– un ejemplar macho, 50 kilos, castrado,…, como también la utilización de las
lámparas por parte de los personajes para lograr una iluminación extra que
recortar cada rostro otorgándole una imagen cadavérica y focalizando la
atención del espectado como si presenciara un interrogatorio. Tanto el dispositivo
lumínico como la música aportan un sentido plural a esta nueva propuesta de La Zaranda, mientras cada
espectador realiza su particular lectura de una problemática que nos abarca y
nos excede a todos sin color local. Como en el barroco, el núcleo duro de la
historia está formado por dos centros: animalización / humanización, hombre /
cerdo, simulación medioambiental / industria “porcina” en quiebra. Da lo mismo
cuando la muerte / el poder de turno son los únicos que se benefician con una “epidemia”
provocada más por los intereses mezquinos que por los factores naturales e
inevitables. El hecho teatral nos ha hecho participe de recorrido laberíntico en
esta necropsia a nuestra sociedad y la Sala María Guerrero del Teatro Cervantes es el
marco perfecto para la reflexión metatetral y metafísica.
El régimen del pienso de Eusebio Calonge
por el grupo La Zaranda
/ Teatro Inestable de Andalucía La Baja.
Elenco: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez, Luis Enrique
Bustos, Javier Semprún. Música: Amadeo Vives, Pablo Luna, J. N. Hummel. Imagen
cartel: Andrew Polushkin. Dirección: Paco de La Zaranda. Producción
ejecutiva en Buenos Aires: Alberto López y Romina Chepe. Producción ejecutivo
TNC. David Hoyo. Diseño gráfico TNC: Verónica Duh, Ana Dulce Collados.
Producción General en Buenos Aires: Sebastián Blutrach. Teatro Nacional Cervantes.
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