Mariana de Althaus1 es una joven dramaturga peruana
que tiene una muy interesante línea de trabajo desde el estreno de su primera
obra, En el borde en 1998, en Buenos Aires; que
luego repuso en Barcelona, España, en 2002. Parte de la literatura, pero no es
una dramaturga de laboratorio, ya que además dirige sus propias obras, y en ese
tránsito de una función a otra, hay una línea de creación que le da a cada uno
de los elementos que componen su teatro el lugar que le corresponde para que el
engranaje resulte perfecto. La puesta que en el Celcit, (Centro Latinoamericano
de Creación e Investigación) dirige Claudia Quiroga2, va al rescate de esos procedimientos en todas las dimensiones que
pueden ser apreciadas por un espectador atento. Desde la disposición del
público, que hace que haya una dicotomía entre ver desde un lugar u otro, y que
lo obliga a elegir, y hacia el final, a desear volver para ver la obra desde
una ubicación distinta. Desde allí, Efímero, da cuenta del primer rasgo que el título encierra, el arte escénico
es una acto de escasa duración, nunca igual, nunca repetible, y que se ofrece
un instante que a veces desearíamos se extendiera para poder captar todos y
cada uno de sus acontecimientos. Las doce actrices que están en escena, y que
representan cada una a su manera a Lunar, siempre
igual en su búsqueda de lo inalcanzable, su gato Efímero, negro o azul, con
mechas rojas, huidizo como el amor, el deseo, la piel del otro o el destino; y
siempre distinta, ya desde el exterior de un vestuario que iguala e identifica.
Porque todo guarda su diferencia en esos personajes que se asemejan tanto con sus
pilotos, salvo dos, que guardan una distancia, Lunar
de uniforme marrón, Lunar de saco azul, pero
que si nos detenemos comprobamos que toda asimetría es posible: zapatos de
diferente color, botones como prendedores en el piloto, cordones diferentes, peinados
extraños. Contradicción del afuera, para dar cuenta de la que cada una encierra
en su persecución que nunca sabremos si es del otro o por fin de sí misma. La luna y sus caras, el
exorcismo de saber o no el futuro, y sin embargo correr tras él con la ilusión
de alcanzarlo y modificarlo según nuestro propio deseo. Efímera es también la
disposición espacial, que coreográficamente cambia de situaciones y
protagonistas, que utiliza los objetos simbólicamente para transformarlos en
otros sentidos, y de alguna forma acercarnos a su condición siniestra, como las
muñecas desarticuladas en partes que la actriz va acomodando pero no para
reunir sus miembros en un cuerpo, sino para dar cuentas de la cantidad de
piernas, brazos, cabezas que componen el todo y expresarnos como seres
divididos, fragmentados; a pesar de la fantasía de creer que encerramos en
nuestro pequeño cuerpo una mujer maravilla dispuesta y capaz de todo. Esa
dicotomía se da también en los pares de personajes que centralizan la atención
en cada cuadro. Siempre en flagrante contradicción inician y continúan el
ritual de búsqueda y desencuentro que la trama propone. La iluminación por
momentos tenue o bien con parpadeos o bien recortando a la protagonista de la
escena le otorga al espacio escénico un volumen especial. Otro acierto de esta
puesta en escena es poner en primer plano la musicalidad del texto dramático a
partir de expresividad corporal de cada actriz, en cada tono, en los gestos y
en los continuos desplazamientos. Como así también los diferentes sonidos – la
utilización del cuerpo como instrumento acústico, la melodía de los distintos
instrumentos musicales – de cuerda y de percusión, algunas canciones y las
pausas o los silencios que se van imbricando otorgándole al hecho teatral un
ritmo sostenido y un espesor propio. Siguiendo a Pavis, si “la música crea por
sí sola mundos virtuales, marcos emocionales para el resto de la presentación”
en esta obra, en particular, no solo crea la atmósfera necesariamente inestable
de lo efímero siendo su principio constructivo sino que, además, logra la perfecta conjunción con los
otros sistemas significantes, en un conjunto actoral cohesionado, donde las
actrices despliegan sus cualidades histriónicas con decidida generosidad.
Pavis, Patrice,
1998. Diccionario del Teatro. Barcelona: Paidós: 306-308.
1 Empezó su carrera allá por el 92, como actriz,
es Licenciada en Letras, y vive de la escritura, aunque confiesa que no del
teatro. Luego de En el borde, dirigió
El viaje (2001, coautora), Los charcos sucios de la ciudad
(2001), que además protagonizó y la obra apareció publicada en el libro Dramaturgia
Peruana II, cuyo editor fue Roberto Ángeles. Le siguieron las obras Princesa
Cero (2001, coautora), Tres historias de mar (2003, la estrenó y
dirigió en Barcelona, obra participante en el Festival Margaritas), Vino,
bate y chocolate (2004), Volar (2004) y La puerta invisible
(2005). En 2006, escribió y dirigió la obra Ruido. En el año 2011,
presentó las obras de teatro La mujer espada, Entonces Alicia cayó
y Criadero, instrucciones para (no) crecer. En 2012, dirigió la obra El
lenguaje de las sirenas en el MALI. A fines de año presentó El sistema
solar, repuesto el año siguiente durante abril–mayo De Althaus publicará el
libro Dramas de familia en 2013, que reúne sus tres últimas obras.
Lo efimero visto desde todos los lados.El punto final del alcance universal de una obra la pone la posibiblida y actualidad e la puesta en escena. Eso es lo que la separa de su autor... su posibilidad de ser recreada en forma diferente en epocas y momentos diferentes. Genial...
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