Lo más impactante
de la puesta es el modo de actuación que transforma a los personajes en dos
tiempos claramente diferenciados, uno de un realismo paródico, cuando las hermanas
narran momentos de su vida mientras realizan la ceremonia de amasar el pan, y
la otra que remite a una atemporalidad que atraviesa los sujetos desde la
emoción que guarda la palabra poética: Nicolás Guillén, Alfonsina Storni, César
Vallejo, Harold Pinter, Roberto Fernández Retamar y Pablo Neruda, ponen el
verbo, mientras Lucía Pochat y Lucía Schinocca Cambiaso se arrojan al abismo
del escenario y ponen el cuerpo y la voz para darle a las palabras una realidad
de espesor sígnico. Esta segunda presencia escénica elabora desde el
expresionismo una corporalidad que llega por momentos a la animalización de
esos cuerpos que se entregan a la doble realidad del decir y el hacer. El
espacio dividido en dos, la cocina y la sala de estar, territorios que las hermanas
cruzan para la tarea doméstica del amasado, función metafórica donde lo que
realmente leva y finalmente se convierte en comida es una memoria que no quiere
en su doble juego, ni estar presente con ciertos recuerdos, y recordar para no
olvidar. Recuerdos, presencias que inquietan de manera nostálgica a las dos
mujeres, que viven como si todo ya hubiese ocurrido en ese pasado que trae al
continuum del presente las palabras hechas poesía. La música en escena, los
sonidos de la extraescena, los contrastes de la iluminación, el negro del
vestuario de presentación que también es contrastante con la ropa diaria, de
mujeres de su casa que en la intimidad vuelven a revisar sus vidas, y a pesar
de bucear en cada recoveco, dejan siempre en suspenso aquello que mide su valor,
en el dolor y el silencio; todo confluye para que se cree un clima que nos
arrastra del humor a la emoción. Cada fragmento de memoria, trae como
consecuencia el fluir de la poesía, y entonces el relato toma otra dimensión,
espesa y oscura; Llegada de Nicolás
Guillén inaugura ese espacio atemporal, donde el “deber ser” es puesto en
discusión desde el género: Tu me quieres
blanca, Hombre pequeñito, dos poesías de Alfonsina que son un manifiesto,
una declaración de principios; la ausencia intolerable, el gusto de la
pastafrola lleva a los personajes al dolor de los “Golpes como del odio de
Dios;…” en el mejor Vallejo el de Los
Heraldos negros, y a no asumir el discurso del poder que niega lo evidente
y quiere proceder a una doble desaparición junto a la voz del dramaturgo Harold
Pinter, quien también era poeta, en No
les creas; la discriminación, la fuerza de la mirada del otro sobre uno
mismo, se vuelve ironía en Felices los
normales de Roberto Fernández Retamar; pero las autoras de la construcción
de una historia que deviene a través de las palabras propias y las ajenas,
elijen para cerrar su trabajo volver al inicio, al amasado ya concluido, a la
labor terminada, felizmente concluida a pesar del camino escarpado que ambas
han recorrido junto a Pablo Neruda y su Oda
al Pan. La puesta es un trabajo en equipo, una creación que bucea en los
propios sentimientos y se aúna a los otros contemporáneos, historia dentro de
otras historias, pequeñas, simples pero a la vez constitutivas de una forma de
ser y de sentir: “El agua corre, el pan toma su forma. Al amasar, nos moldeamos
a nosotros mismos. Y mientras esperamos que la cocción llegue a su punto justo,
el tiempo nos atraviesa por completo” Así
definen su trabajo en el programa de mano, así nos llega a los espectadores.
Nacen las aguas. Libro y dirección
general: Lucía Pochat, Lucía Schinocca Cambiaso. Elenco: Teresa (Lucía Pochat),
Inés (Lucía Schinocca Cambiaso) Dirección y realización musical: Nicolás
Morykon. Dirección y realización de escenografía: Raúl García Tato, Gabriela
Schinocca. Diseño de luces: Andrés Schinocca. Gráfica: Federico Do Pazo.
Prensa: Antonela Santecchia. Co – dirección: Gabriela Noto. Teatro: La Ranchería.
http://www.teatrolarancheria.com.ar/teatro/index.php?option=com_content&view=article&id=68&Itemid=89
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