Un personaje que se
desdobla, e intenta comprender a través de un Freud de bolsillo, por qué su
familia es como es. Una familia disfuncional, o más cercana a la realidad y
alejada del estereotipo de la familia ideal a lo Ingalls, que tanto se nos
inculcó como modelo y que por supuesto nos llevaba a la frustración. Hoy, la
llamada base de la sociedad está en crisis permanente, es decir, encontrándose
a sí misma. Mariano Retorta toma esta temática para dar cuenta del conflicto y
la incertidumbre, narrando un instante, un momento que va develando un pasado
confuso, obturado, nunca revelado totalmente, ocluido por el miedo. Si el
pasado es de tinieblas el presente es claro en que todo vínculo real y sentido
está roto. Sobre todo cuando aparece ese otro, que ingresa a su mundo para
poner claro sobre oscuro el nivel de desamparo de cada uno de los personajes.
La puesta lleva adelante este sentido, aunque a veces se pierde en tiempos
detenidos, los actores no están todos al mismo nivel de registro; y mientras el
intruso y la mujer, que lleva siempre a cuestas un bebé, presencia y ausencia, -es
un acierto que ningún muñeco en ese contexto se hiciera cargo del personaje-,
logran momentos íntimos de intensidad dramática, por momentos desconcierta el
personaje del hermano / psicólogo/ narrador, que a veces sobreactúa su rol, y
no resulta verosímil. El espacio, escena y extraescena, es funcional y deja
fluir la entrada y salida de los personajes sin complicaciones. El sofá y la
mesa familiar con su pantagruélica cena, deja delimitado el locus de lo público
y lo privado. Quienes están invitados a un convite sin participar en él,
quienes dan cuenta de la comida como una metáfora del canibalismo de una
familia cuyos miembros se devoran unos a otros. El vestuario, que en el
personaje femenino busca siempre ser sugerente en calidad de que la mujer se
ofrece y necesita encontrar una respuesta contenedora en otra situación, con
otra relación y que en el resto de los personajes es gris en el sentido de
opacidad, dando cuenta así del tono de las vidas que llevan puestas los
personajes. La opacidad de sus vidas es
señalada por el semitono que trabaja la iluminación, creando un clima
desapacible, que en contraste marca los momentos de intensidad mientras el
entorno queda en penumbras. El personaje femenino centro y objeto de deseo de
un otro, -que es a su vez el objeto de exaltación de su femeneidad-, el que
atraviesa por azar las puertas de esa casa trampa, es al mismo tiempo invisible
para la presencia masculina de la casa, que ignora su juego de seducción
permanente; fugado ya el amor, quebrado el deseo; cuyo refugio es la pantalla del televisor. El
autor / director en esta su primera obra presenta en estado descarnado un
núcleo considerado fundamental y que sin embargo es fuente de todas las
desdichas. Donde el deber ser se impone sobre el deseo y en un tiempo que se
presume circular, toda situación vuelve sobre sí misma, en un accionar falso, para
que nada cambie.
Psicología barata para una familia berreta de Mariano Retorta. Elenco: Mariana Santillán, Juan Martín Lami Dozo, Santiago Alonso, Sebas Roques. Diseño de luces y gráfica: Los patos que se nos volaron. Escenografía: José Luis Pereyra. Operación de sonido: Leo Pintos. Vestuario Pablo Juan. Fotografía: Virginia Arencibia. Dirección: Mariano Retorta. Teatro: Del Artefacto.
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