El teatro
alternativo, nombre que no nos deja del todo conformes por la definición que
implica, alternativo en relación a qué, necesita ser el locus donde el teatro
desarrolle una búsqueda que puede parecer para algunos “autista” del alcance de
sus propios recursos y la posibilidad del encuentro de nuevos procedimientos.
La puesta que se lleva adelante por el cuerpo de actores en Como vibra el suelo, en Buenavía teatro estudio, nos deja como espectadores no
inocentes, un cúmulo de sensaciones emocionales muy fuertes, y la tarea de
reflexionar de cómo desde la suma de los elementos teatrales, los actores
logran llevarnos por un relato fragmentado, horadado desde todos sus vértices,
pero que a la vez nos tiene en suspenso y atentos hasta un final que no acaba y
que depende, como en la perfomance, de la disposición del público. Una
narración que se apoya más en el cuerpo, en las acciones que en las palabras,
que son finalmente un discurso que se reitera una y otra vez, con leves
variaciones, pero que sostiene como tronco fundacional una historia inconclusa,
donde sospechamos pero nunca sabremos que sucede en realidad. Porque la verdad
dramática supera al relato de la causalidad, y lo trastoca en un tiempo y un
espacio donde reina la fragmentación. Los cuerpos en escena son atravesados por
la violencia, gestual, física y verbal, que es expuesta con crueldad al mismo
tiempo que es contenida con el mismo vigor, para sostener la tensión que se
traslada al espectador, quien no puede quedar ajeno a la carga de emotividad
que despliega. El tiempo cíclico, los nombres de los personajes que reiteran
una vocal como si poseyera alguna relación mágica, Ismael, vértice del
triángulo, Iris, afectada por una verdad que intenta recordar y que se le
niega, e Ivette, organizadora de una construcción discursiva que maneja con sus
tonalidades y pausas el accionar de los demás; la trivialidad aparente de
algunos de los diálogos, la simultaneidad de las voces, nos hacen pensar en una
estructura que le debe de alguna manera al absurdo su condición de ser. Sin
embargo, definir la puesta desde allí es minimizar su fuerza y reducirla a un
esquema impropio. Como vibra el suelo
va más allá del desarrollo de un género; es la metáfora de una verdad
escindida, peligrosa, que nos hiere y nos duele en el cuerpo y que sin embargo,
repetimos para lograr exorcizarla de nuestras vidas. Una verdad que va a
permanecer entre nosotros mientras no podamos nombrarla, y censuremos el grito
de nuestro horror, tapándonos la boca con la mano, para evitar ser dicha.
Verdad de cuerpos enfermos por almas tocadas por el silencio, que intentan
reconstruir el pasado pero que no logran reunir los pedazos que encajen en el
mismo sitio para todos. Dolor de una comunidad de seres que sigue todavía sin
poder abrir todas las puertas y dejar que los vientos traigan las voces
necesarias que nos calmen la angustia y el deseo del reencuentro con la verdad.
No teatro del absurdo, sino un teatro que apuesta a una hiperrealidad, cuando
nos pone de cara no a circunstancias parciales mal resueltas sino a nuestra
imposibilidad real de acceder definitivamente a nuestro relato colectivo. Un
teatro de búsqueda de una nueva forma de expresión a partir de herramientas
conocidas pero con una funcionalidad otra. Una búsqueda en la fragmentación del
discurso y en la repetición de la historia, la misma historia pero cambiado el
personaje: tres personajes y una historia contada tres veces. El discurso
verbal y el discurso gestual parecen ir en dirección opuesta; las
interrupciones y los silencios generan violencia a partir de lo no dicho y casi
sin movilidad. Incluso las tonalidades del vestuario invisibilizan cualquier
particularidad, mientras el tiempo cíclico sigue generando, más allá del tiempo
real del espectáculo, la misma situación dramática en el espacio íntimo y
claustrofóbico. La idea de la repetición organizada al nivel del discurso y de
la gestualidad rompe con esa otra idea de la coherencia del texto espectáculo.
Las buenas actuaciones y la fuerza con que cada uno le da corporalidad a su
personaje permiten al espectador quedarse siempre atrapado en esta repetición constante,
un movimiento en falso sin posibilidad de que estallé.
Cómo vibra el suelo (Creación Grupal). Actúan: Priscila González, Laura Echaniz y Javier Omezzoli.
Asistencia General: Ekeko. Vestuario: Laura Echaniz. Fotografía: Mariana
Echaniz. Diseño: Pot. Prensa: Tehagolaprensa. Producción ejecutiva: Sebastián
Saslavsky. Dirección: Claudio Pereira. Buenavia Teatro Estudio.
http://buenaviaestudio.blogspot.com.ar/
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