Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz
El título del texto ya nos sitúa en un tiempo y un espacio que
deliberadamente ocluido es necesario rescatar para poder construir un relato
sobre nuestras historias comunes, una historia que nos abarque a todos.
Palenque en Colombia al igual que quilombo en el Brasil era el espacio
conquistado por los esclavos fugitivos y libertos que conseguían eludir el yugo
del blanco y formar una comunidad que defendiera sus derechos, sus deseos, su
vida. Palenque es también la lengua que los negros en Colombia transitaban para
mantener en palabras propias una herencia común. Del lenguaje de la palabra al
del signo gráfico, los peinados elaborados de las mujeres africanas en América establecían
en sus cabezas el recorrido que llevaba a los fugitivos a los palenques. Una
contracultura, o una cultura de resistencia para no dejar de ser, para sostener
una mirada sobre el mundo diferente, que el expropiador de vidas y haciendas
trató por todos los medios posibles de suprimir o de invisibilizar. La
propuesta de la reunión de estos trabajos, es entonces, una necesaria búsqueda
y rescate de aquellas voces que nos hablan de nuestra raíces, aún para aquellos
que creen no tener nada en común con ellas, es una lectura que enriquece
nuestra herencia como países divididos por las fronteras políticas pero tan
aunados por las culturales, líneas aún ignoradas que deben ser puestas en
presente para formar parte del relieve de un mapa integrador. Recorrer la
historia de nuestros pueblos desde la conquista y la colonización, y no sólo
desde las revoluciones del siglo XIX, que propusieron y sellaron las
diferencias, es nuestro imperativo categórico. Es por eso, que esta edición que
proponen Juanamaría Cordones – Cook y María Mercedes Jaramillo, es de lectura
imprescindible para quienes quieran ir armando el rompecabezas de nuestra
genealogía sin perder de vista ninguna de sus piezas, todas ellas valiosas,
todas ellas indispensables para comprender el todo. La introducción de las
editoras nos sitúan en tiempo y espacio, y en una temática que abarcará la
totalidad de las propuestas dramáticas y que pone en el centro de la mira el
proceso de la esclavitud en América, la impronta que dejaron en la cultura de
los pueblos a donde fueron designados y la perversidad del colonizador de
perseguir su aniquilamiento cultural, negando el valor de su lengua,
costumbres, perspectivas; así parafraseando a Efraín Jaramillo expresan:
[…] afirma que la estrategia utilizada por los
colonizadores para despojar a los africanos de sus lenguas y religiones, de su
libertad, de su identidad, del derecho a decidir su destino revela que lo que
estaba en juego era apropiarse de su imaginario y destruir su dignidad para poder someterlos totalmente a la
esclavitud y a la explotación como bienes de consumo. (21)
Sin embargo, no lograron su objetivo en su totalidad, porque la
resistencia profunda para conservar su herencia hizo posible la producción de
hoy. El texto que abre una ventana a ese rico universo es Mugres de la María
y el Negro de la dramaturga argentina Cristina Escofet. Desde una mirada
que abarca las categorías de identidad y de género, Escofet desafía la
estructura del grotesco para darle desde su mirada profunda una nueva
productividad; desde el alma del conventillo con su mixtura de nacionalidades y
lenguas, hasta la introspección de un drama de personaje que produce la risa a
partir de la tragedia personal del inmigrante, sobre todo italiano, el texto de
Escofet se define en personajes olvidados de ese escenario multirracial, el
negro. Del locus tradicional a la pieza de las cuarteleras donde la mixtura es
la realidad, y el cuerpo el objeto del deseo de todos; el género se despliega
en una línea temporal que llega al compadrito, a la invisibilidad de la
negritud. María la tiene en las venas, le dice su poeta enamorado, el Mandinga,
y el Negro, a ella por su condición de mujer de la vida, la somete hasta el
aniquilamiento. La música negra hasta el tango atraviesa la intriga y
construyendo un relato paralelo pero indispensable para entender la historia.
Finalmente de la muerte a la resurrección los personajes tejen, una nueva
marginalidad contemporánea: la de los cartoneros. “Eche do centavo en la
ranura,…” la voz de González Tuñón inaugura y cierra con su claridad el relato
que Cristina Escofet borda sobre el cañamón perdido de nuestra memoria
colectiva.
Todos los textos dramáticos que componen el volumen son antecedidos por
un trabajo que describe y analiza la obra, en este caso es la propia Escofet
quien prologa su propia escritura con una textualidad que parte del relato oral
en una cronología que se inicia en 1957 llega hasta el 2004. Relato que es
fragua donde se quema y renace la memoria ancestral de los pueblos, el cuento
de “Mamá Caimán” que escucha de labios de su madre y que admite más de una
interpretación:
Mamá Caimán, en mi interpretación del cuento,
simboliza la historia que se transmite en forma oral, intuitiva, y que recupera
el instinto y con ello la supervivencia. Ella es el poder de la memoria que
sólo se preserva si se ejercita transmitiendo conocimiento. Los caimanes
jóvenes, seducidos por la frágil memoria del mono, simbolizan el sacrificio que
implica renunciar al ejercicio de la memoria; sacrificio que se comprende
cuando la vieja aconseja seso de caimán joven para salvar de la muerte a un
herido de guerra. (44)
Perder la memoria de nuestra procedencia, olvidar o ignorar nuestra
composición étnica, produce una anemia cultural de peligrosa factura. El valor
de reunir estas piezas dramáticas es fundamental para un continente castigado
por los olvidos, la ignorancia y la desaparición de aquellos que no debían
integrar ni ser parte de un discurso unívoco excluyente como proyecto de
identidad. Sociedades que se vieron a sí mismas en el espejo distorsionado de
un deseo europeo, que no distinguía como propio aquello que no respondía al
ideal de blanco, occidental y cristiano.
A la obra Sortilegio II. Misterio
negro de Zumbi redivivo de Abdias do Nascimento, la antecede el texto de
Elisa Larkin Nascimento que da cuenta del surgimiento del Teatro Experimental
Negro (TEN) en Brasil y de su legado. Luego el análisis de Ángela Inés Robledo
del texto dramático:
[…] la puesta en escena revaloriza la religiosidad
africana, que surge de la actitud militante de do Nascimento, para dar forma a
la expresión teatral afrobrasilera, creando una dramaturgia propia, de
resistencia y denuncia del racismo. (99)
El autor desde las didascalias realiza una construcción del espacio y
del tiempo a partir de opuestos: lo real / lo irreal, lo de arriba / lo de
abajo, luz / sombra, para ocultar y mostrar el mundo invisibilizado por el
hombre blanco. También los personajes construyen esta atmósfera entre lo ritual
y lo racional: Iyalorixá o Babalorixá -sacerdote-jefe del terreiro, las Filha De Santo –sacerdotisas, Doctor Emanuel,... A
medida que avanza la acción dramática los diferentes personajes van
construyendo el estatuto del personaje principal, el joven abogado Emanuel.
Aunque desconocemos la riqueza ritual de la religión afrobrasilera vemos el
claro paralelismo con la mitología griega, en particular, y la religión
cristiana, los ancestros negros y los dioses del Olimpo. La tragedia de Emanuel
es que no puede escapar de su destino por el color de su piel. Si al comienzo
la tensión sobre el protagonista está ejercida desde lo ritual, después será desde
abajo y el constante temor de que la policía pueda llegar. Con una escritura
poética do Nascimento va enumerando distintos modos de violencia y opresión que
el mundo blanco y “racional” justifica su derecho supremo de colonizar y
evangelizar lo que él considera diferente y, por lo tanto, bárbaro. Como en
toda tragedia Emanuel comete hybris, el acto de soberbia, pero luego el
momento de la anagnórisis y
redescubre su identidad, su esencia y su color. Antes de finalizar este ritual
dramático:
IYALORIXÁ.- Libertad del pueblo negro…
CORO.- Axé, Xangó!
IYALORIXÁ.- Dignidad a la raza…
CORO.- Axé, Xangó!
IYALORIXÁ.- Poder de la nación… (153)
La manera poética la obra es un pedido desgarrador ante la cómoda
creencia de que la esclavitud se terminó hace tiempo ya.
Un drama en tres actos es el que presenta el autor colombiano Régulo
Ahumada, Chambacú, barrio marginal de
negros, viejo Palenque, cuya historia es el relato que ingresa en la
introducción de Lucía Ortiz. Barrio edificado sobre ruinas, escombros y basura
que cuando la ciudad crece y se convierte en objeto de turistas debe ser
desplazado para no importunar la mirada del oportuno visitante. El centro de la
historia es el amor imposible entre una negra, Filomena y un blanco, -los
personajes blancos no tienen nombre propio porque de esta manera el autor los
unifica en su condición de injusticia, perversidad, y ambición- de esa pasión
nace una criatura blanca, Tirciano, extranjero en su propio cuerpo y en el
barrio donde nació, es la víctima propiciatoria del egoísmo de su padre, del
comadreo de los vecinos, y de la rivalidad con su medio hermano Michelo, quien
negro como sus padres lucha por superarse con el estudio. Desde ese centro
narrativo surgen las relaciones con los demás personajes que habitan el caserío,
y que como en el coro griego son testigos de las acciones que se suceden.
Personajes que son además indispensables para describir ese segundo relato que
aparece como marco de la intriga, pero que es en realidad el productor de todo
los acontecimientos, causa y consecuencia de lo narrado. La pieza de Ahumada es
una denuncia de un hecho puntual, el traslado de un barrio hacia una nueva
marginalidad, la situación de los negros como no ciudadanos o habitantes sin
derechos, sólo carne de trueque de políticos inescrupulosos, y de la existencia
de una cultura que resiste en su identidad
a pesar de todo.
También de Colombia es Vida y muerte en el litoral de Juan Guillermo Rúa, precedido por un minucioso y esclarecedor
trabajo de María Mercedes Jaramillo, que da cuenta a través de una polifonía de
voces de las particularidades de las ceremonias religiosas de los
afrocolombianos. Ceremonias que permitía a los integrantes de la comunidad, por
un lado, soportar la opresión ejercida en sus distintas manifestaciones, bien
como esclavitud o bien como marginalidad. Y, por otro, sobrellevar la condena
ejercida por los “invasores” sobre esta espiritualidad para justificar y
legitimar el sometimiento. Por lo tanto, los alabados y los arrullos son
manifestaciones importantes para comunidad, Jaramillo sostiene:
Este es un poema dramático típico de la “oralitura”
–hasta el presente inédito- en el que capta el
espíritu de su gente y recrea los dos momentos primordiales de regocijo y
celebración para los descendientes de los esclavos africanos: el nacimiento y
la muerte. (223)
El autor, Juan Guillermo Rúa, a partir de su estilo poético permite en
cada intersticio el surgimiento de un mundo de discriminación y de sufrimiento,
pero a su vez un camino de resistencia y de creatividad para no perder el
sentido de pertenencia a su comunidad. El drama poético tiene la rima del habla
de la costa del Pacífico y está estructurado a partir de tres cantos, con una
introducción y un epílogo. Las imágenes visuales y auditivas que surgen a
partir de la lectura necesariamente involucran a su destinatario:
Hoy estoy de fiesta, que suene
el tambó,
la marimba e chonta y el
repicadó,
que a pesar de todos los males
del mundo,
mi negra parió un zipote negro,
que es todo un primor. (239)
…Y así transcurre la vida
y muerte en el litoral,
cuando una vela se apaga,
otra comienza a alumbrar. (240)
De Cuba son las piezas Parece
blanca: versión infiel sobre una novela de infidelidades; textualidad que
Abelardo Estorino López toma de la novela de Cirilo Villaverde, Cecilia Valdés o la loma del Ángel (1882) cuya
trama transcurre en el gobierno de Dionisio Vives en Cuba en 1825, época de
represión, cuando se perseguía a criollos sin importar su color racial sino su
posición en contra de la Corona
española; como bien aclaran en su estudio que precede a la obra, María Mercedes
Jaramillo y Betty Osorio; y Ruandí de Gerardo Fulleda León, una de
sus piezas para niños que toma en su personaje Ruandí, un niño negro / esclavo,
el modelo de la valentía y el coraje del hombre en la búsqueda de la libertad; como
describe en su análisis Inés María Martiatu de Terry. La primera pieza trabaja
con la metatetralidad, y con los personajes que saben que creados por el autor
de la novela deben una vez iniciada la lectura o la representación volver a
vivir aquellos acontecimientos narrados. Siempre conscientes del hipotexto del
que provienen los personajes narran la historia incestuosa entre hermanos que
ignoran su igual procedencia, y que ponen en la tragedia de su vida, la
injusticia que sufren los negros en la isla. Con un lenguaje que impone la voz
del narrador, con personajes que en abismo dialogan con su destino fijo e
inamovible y con su Dios /creador, a quien le deben repetir una y otra vez el
final trágico de sus vidas, espiral de
tiempo que en las reiteraciones de la
historia dan cuenta del sino de las mujeres de la raza de Cecilia, mujeres sin
hombres / padres, a quienes les aguarda un mismo destino. Al igual que Tirciano
de Chambacú,
blanco por fuera pero negro en su sangre y origen, en Cecilia la blancura de su
piel es no una virtud sino un estigma que la marcará para el abismo negro a
donde las pasiones la arrastran de la mano de la traición y la mentira. En el
texto de Fulleda León, los personajes no todos humanos (un perro, una Ceiba,
una piedra) van colaborando con el propósito del pequeño esclavo que necesita
huir hacia el Palenque y alejarse de una sociedad que no le ofrece otro futuro
que cadenas y dolor. “–Padre: Silencio. ¡Mucho, mucho! Un esclavo narigonero no
puede soñar, no señor.” (360) Estructurado entre el diálogo y la poesía, todo
converge para una textualidad fluida que se interesa por la subjetividad de los
personajes más que por su descripción realista en el uso de la lengua, y que
compone apoyado en cierto realismo mágico la posibilidad de sucedidos que no integrarían
un relato documental. Ruandí es el
triunfo de la voluntad en el cumplimiento del deseo de libertad, y de asumir el
desafío de que es posible modificar un destino que aparece naturalizado.
El patakí Odebí, el cazador
de Eugenio Hernández Espinosa también es una obra cubana y Yana Elsa Brugal
realiza una amplia introducción al mismo, quien asegura que desde “el comienzo
el protagonista se sitúa en subliminal estado desafiante, acometedor e irreverente
en todas las situaciones […] para desmitificar el misterio impuesto y realmente
propuesto por los dioses” (307). La obra está atravesada por la mitología de
origen yoruba y su estrecha relación con el cosmo y la naturaleza, lo ritual,
el canto y la danza. El personaje relator, Apkwaló, se va transformado “en roca
de camino”, “en fúnebre sombra”, “en Ogué (el
toro),…, mientras Odebí realiza su primera partida en este viaje de
iniciación como un héroe mítico también se va transformando en un héroe racional. La particular rima de frases, recuperación
de la lengua dialectal que el autor hace para componer su personaje y dar
cuenta de la cultura yoruba, le otorgan un ritmo sostenido, junto al canto y al
baile van entretejiendo la historia que alcanza su momento de tensión
dramática:
APKWALÓ.- Como arpegio de arpa será su canto y
entonces todo será inútil. (Llamando.)
¡Orula, te ruego que detengas la mano de Odebí! [..] (Canta.)
Olo yeo
Yeyé olo yeo
Yeyé…
¡No, no dispares! Ah, la flecha le entra lentamente.
Eiyé-góngo parece que va morir pero canta, canta… La muerte llega a la
garganta, la muerta estrangula la palabra […] (Canta.)
Arebamu mishuké fumún
Arebamu mishuké faloní (339)
Tensión que no se resuelve dejando abierta la historia y al héroe escindido
entre el amor y la muerte, entre lo ritual y lo profano.
Patricia González Gómez Cásseres realiza la introducción a la obra en
dos actos El rescate de Shangó de
Tomás González Pérez, y sostiene sobre el autor:
González explora en sus obras la posesión y el trance
como método dentro de sus personajes. Cuando se despiertan las culebras de la
creatividad través de una serie de ejercicios que implican golpear el piso,
etc., se llega a un estado de vigilia en el que fluye la creatividad. (396)
En la lectura del texto dramático no es difícil entender ese estado de
trance que busca González Pérez al estar
construido sobre tres pilares: lo ritual, la danza / canto y la teatralidad. Estructura
especial para dar cuenta que la danza del amor vence a la danza de la muerte al
igual que el humor inocente que también, vence a la muerte. El punto de partida
es la recuperación de uno de los patakí de Shangó, sumergiendo al lector en la
religión afrocubana, cruzado con elementos actuales como “Ladrones todos de
negro. (Pausa) Pues los ninjas se estaban llevando una bicicleta china,
acabadita de ser adquirida…” (429). Hay una
sensibilidad especial en cada intersticio que solo puede comprenderse
con el brevísimo comentario posterior del autor. Un tiempo cíclico donde la
muerte no es un castigo sino un continuo renacer solo se puede entender a
través de la ritualidad afrocubana:
YEMAYÁ (elevando
su rostro al cielo).- ¡Gracias, Olofi, gracias por ese Oshumaré. (Aparece el arcoíris del inicio.) ¡Un
arcoíris ha salido para mí! Ya pasó la tormenta. Todo vuelve a la calme. (Alzando la cabeza de nuevo.) ¡Olofi,
perdona mis lágrimas! Yo sé bien que no debo desesperarme. […] (436)
De Ecuador es el texto La otra de
Nelson Estupiñán Bass, que trabaja desde el monólogo hacia un cuasi / diálogo
al producir un desdoblamiento del personaje que entonces se enfrenta en su
identidad negro/ blanco. El proceso de aceptación de sí mismo es el problema
central que enfrenta Olga, una negra joven, veinte años, dice la descripción de
personajes, que no quiere que le recuerden su origen, y que además está
enamorada de Henry, un hombre blanco. Del fluir de la conciencia, a la certeza
de la finitud de la vida con la aparición de un personaje no deseado La Muerte, el autor utiliza
los procedimientos del absurdo y el expresionismo subjetivo para dar cuenta de
una postura política definida, la necesaria afirmación de la negritud y sus
valores, creencias, costumbres, como ese otro tan temido, pero que para ser
debe dejar de negar su condición. La falsa Olga, blanca, es la mirada deformada
que la real tiene de sí misma, ella es la otra, la que es fuente de un deseo
que anula a ambas, porque negarse es morir.
La siguiente obra es mexicana, La
fiesta del mulato de Luisa Josefina Hernández y, en este caso, Wilma Feliciano
ha realizado la presentación, por un lado, “un resumen de la historia minera de
Guanajuato y las normas discriminatorias” y, por otro, un análisis de “como
Hernández usa las técnicas antiilusionistas del teatro épico para revindicar la
dignidad de los desposeídos y desafiar las pautas socio-políticas y raciales”
(474). La obra está estructura en breves episodios que intercalan los
comentarios del personaje narrador, Indio, al Fraile que llega a la ciudad y el
desarrollo de la acción dramática. De esta forma la pieza adquiere un ritmo
constante y un cierto suspenso que atrapa al lector / espectador a pesar de que
desde el inicio está anunciado el juicio al mulato. Hernández a través de las
didascalias y de los parlamentos de los personajes construye la historia con
imágenes visuales dinámicas y, a su vez, plásticas como “estampa de la época”. Un recorrido que comienza “en 1799” para concluir en pleno siglo XX,
una historia de ilusiones como modo de evasión de “una pesadilla que ha durado
tres siglo”:
MULATO.- Amo la música, y organicé una fiesta porque
esa fiesta era el remedo del orden infinito que jamás he vivido. Hice una
fiesta para vivir las cosas que deber ser y no las que son. La hice para que el
mundo fuera cronometrado una vez sola, exacto y bien medido. El hombre es
creador solo cuando logra imponer su orden propio sobre las cosas caóticas y
dispares. Y yo soy un artista. (511)
Sí una de las características del teatro épico es que el lector /
espectador se comprometa con la temática, La
fiesta del mulato necesariamente nos involucra hoy en nuestro mundo globalizado.
La panameña Rosa María Britton describe con claridad profunda la
situación racial en su país en Esa
esquina del Paraíso (1986). En el enfrentamiento de un espacio donde se
aplica solapadamente el apartheid, desde el Estado el uso del silver roll y el gold roll, y desde el propio centro del Panamá popular, la famosa
calle 13 donde los personajes sucumben ante el complejo de su inferioridad
racial. El desdoblamiento de los personajes según la temporalidad de la
intriga, que abarca desde 1957
a 1977, muestran desde la estructura el presente de la
acción, y el pasado necesario para entenderlo a través del procedimiento del
flash – back, que la autora va intercalando funcionalmente. Dos espacios
también marcan el tiempo cronológico, él ya mencionado Calle 13, y el lujoso
barrio de El Cangrejo a donde los personajes aspiran llegar desde la primera
línea del texto y donde finalmente se encuentran consigo mismos y la verdad de
todos; una sociedad dividida no sólo por lo económico sino por lo étnico que finalmente
posiciona económicamente a sus habitantes. Ser negro es una realidad que lleva
implícita otra, la de no tener la misma posibilidad de recursos, ni los mismos
derechos, que le permitan acceder al espacio de los gringos, rubios y de ojos
celestes. De esa imposibilidad, nace el deseo y la falsa idea de pensar que
conseguir un marido yankee es la única manera de mejorar la raza y salir del
infierno de un círculo vicioso. La introducción de Frances Jaeger, es
esclarecedora y por eso necesaria para entender una realidad no tan conocida
por todos, sobre la Historia
de Panamá y de la dramaturga que nos ocupa.
Carlos López Schmidt es el autor de la obra peruana Mi Zanaharí: cosa de negros, comedia musical
en dos actos, y la introducción que realiza Nora Eidelberg da cuenta de como el
grupo “Perú Negro ha popularizado el género y lo ha llevado fuera del ámbito
afroétnico”, y realiza un breve recorrido por la trayectoria del autor y
“activista por los derechos de los afrodescendientes”. Las raíces afro están
presentes no solo a través de las décimas, los temas musicales, la danza y los instrumentos,
sino también en el supuesto rito de “purificación”. Así los jóvenes personajes
en un espacio dramático reducido construyen un sueño en común tratando, por
momentos con humor, de tener una vida mejor. En especial, el lugar de la mujer
en una sociedad donde solo tenía “que aguantar nomás”:
ÁFRICA.- ¿No se dan cuenta que somos iguales? También
somos seres humanos, personas de carne y hueso…con sueños, con ilusiones […] (La cólera no
la deja seguir.) (609)
Mujer, pobre y negra, no es una situación fácil aunque más adelante el
mismo personaje casi al concluir el poema musical sostiene “¡Y bendigo al cielo
porque quiso Dios / que negro azabache fuese mi color!” (615).
Puerto Rico no podía estar ausente de esta edición, y es así que
integra el volumen Tun, tun de cielo y
tierra de Alida Subirá. El universo que presenta la textualidad de la
autora, como expresa Rosalina Perales en la introducción que anticipa la obra: “Es el reino que el
“burgués” había marginado”. Síntesis del mundo que describe la pieza que aborda
las costumbres y creencias de los negros donde aparece además, el sincretismo
afrocristiano presente en su lengua y en la temática y personajes que componen
la intriga. Loiza Aldea es un pueblo del norte de Puerto Rico, cuya población
es auténticamente negra, no es una elección azarosa de parte de Subirá el
espacio geográfico descripto como así tampoco la temporalidad del relato.
Sincretismo que se evidencia también en
las fiestas de carnaval loizanas, la conmemoración principal del pueblo
dedicada a su Patrono, Santiago Apóstol, que se lleva adelante como un carnaval
en pleno julio. Los personajes comienzan la acción presentándose a sí mismos, y
entonces toma cuerpo el viejo relato del campesino pobre que le gana la partida
al Diablo, en la lucha terrenal entre el bien y el mal. Tradición que
latinoamericana ha frecuentado asiduamente como especifica Rosalina Perales en
su análisis y que Tun, tun de cielo y
tierra continúa con la identidad de su pueblo.
El decimocuarto texto de este recorrido Afrolatinoamericano pertenece a la República Dominicana, Amanda de Giovanny Cruz Durán y es
precedido por el trabajo de Carlos Esteban Deive, quien comenta que “es una
obra profundamente trágica, y lo es porque lo sobrenatural domina la acción”
(697). Acción que se intensifica, en el texto dramático, a partir de las
imágenes sonoras, en especial, y también de las imágenes visuales: “Música de atabales. El baile llega a su
climax.” (708). La melodía y la danza, en momentos sensual pero en otros
violenta, tienen independencia más allá del discurso verbal y dejar claro que
el vudú no es brujería, que el cuerpo no pecaminoso como lo propone la Iglesia:
AMANDA.- […] Amanda Eloísa Mercedes nació para
bailar. Por eso, si ahora mismo vuelves a ponerme a elegir entre el atabal y tú…
te repetiría nuevamente: ¡Me quedo con el atabal!
El
negro ANTONIO, vestido de blanco, toca su atabal sobre una
tarima […]
AMANDA.- ¡Suéname ese atabal, Antonio! ¡Que se te
hinchen las manos! ¡Dale fuerte a ese atabal, maldito negro! ¡Haz que sufra de
dolor el cuero tenso del chivo! ¡Demuéstrale al orgulloso palo que eres tú su
amo! […] (739)
Cruz Durán logra un canevas vivencial, tejido por las creencias
ancestrales y la cotidianidad, ni Amanda ni Antonio están poseídos solo tiene
el regalo de la vida en la música y la danza, con el orgullo de sus raíces afro.
De Uruguay es la última obra, Estrella
negra de Adriana Genta es un monólogo íntimo y profundo. Un drama de
intertexto histórico que recupera la figura mítica de Artigas. Lola
Proaño-Gómez que realiza un análisis de la obra de Genta y, particular, sobre
esta texto dramático sostiene que el “principio constructivo es la narración
oral, de tono confesional que sin embargo privilegia la linealidad del relato
ficticio” (754). Un relato breve pero atravesado por numerosos conflictos -la
esclavitud, la maternidad, la religión, la utopía,….- que le otorgan un espesor
propio que necesariamente requiere de un lector / espectador comprometido con
su tiempo presente y su historia rioplatense:
ESTRELlA.- [a su pequeño niño] ¡Ay, chubo! ¿Por qué
tienen que ser todo tan desgraciado? Fue mala suerte que nos tocaran estos
padecimiento y esta guerra. En otra época hubiéramos salidos buenos: yo una
madre cuidadosa y usted un hijo compañero. Malos tiempos para querernos… malos
tiempos. ¡Cada vez más frío este viento! Déjeme abrigarlo para que no pierda el
calorcito que todavía le queda… (769)
Genta logra con su particular escritura que a pesar pura teatralidad
del monólogo nos involucremos con el personaje más allá de la temática
femenina.
La concreción de esta Antología
crítica de teatro afrolatinoamericano, que en principio fue una utopía en
voz alta, está destinada no solo al ámbito teatral sino a cada recoveco de la
cultura particular, en cada país, y, en especial a nuestra Cultura
Latinoamericana. Una enorme deuda que tenemos con nuestros pueblos después de
siglos de sometimiento y discriminación, de vasallaje cultural impuestos por
los invasores / “colonizadores” y que aun en nuestro siglo XXI siguen
sosteniendo en aras de la libertad y de la democracia. Muy por el contrario, es
necesaria una conjunción de lo diverso en todas sus expresiones y no pensar en
una mayor tolerancia hacia aquel que consideramos “un otro”.
Del Palenque a la escena.
Antología crítica
de teatro
Afrolatinoamericano
Juanamaría
Cordones-Cook
María Mercedes
Jaramillo (Editoras)
Universidad
Nacional de Colombia
Páginas 782
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