"Esto nunca
ocurrió. Nunca ocurrió nada.
No ocurrió ni siquiera mientras estaba
ocurriendo."
H. Pinter.1
Cuando Harold Pinter tituló La colección a su pieza, lo hizo siguiendo uno de los preceptos del
absurdo, desconcertar al espectador desde el principio, es decir, si de algo no
se habla en su obra es de colección alguna, salvo tangencialmente y como una de
las características del dueño de casa donde habita Bill. Porque en realidad lo
que interesaba al autor de la década del sesenta que buscaba hablar de la
incomunicación del lenguaje a través del lenguaje era llevar al destinatario
por una vía equivocada que lo arrastrara hacia una reflexión que no había
buscado y con la cual le costaba conectarse. El estreno de la obra se produjo en la televisión inglesa en 1961,
la pregunta es de que nos habla a los espectadores de la segunda década del
nuevo siglo, la obra del dramaturgo inglés. La respuesta parece obvia, en un
mundo donde la incertidumbre es la única certeza posible, La colección, una vez más es una respuesta ante las acciones
humanas que aparentemente triviales, nos dejan el sabor agridulce de lo oculto,
de lo posible, de lo ocluido y no narrado pero que se escapa a través de los intersticios
del discurso. De las mentiras preferibles a las verdades desconcertantes que
nos llevarían a asumirnos. Agustín Alezzo como director que conoce los
fundamentos de la poética pinteriana, buscó en la puesta reproducir el clima de
época, y construir un espacio flemáticamente inglés ante la situación pasional
de una posible traición. De allí el tono de las actuaciones, donde se pone el
acento en el uso de la ironía, y el doble sentido. Para lograrlo, nos sitúa en
un espacio doble, simultáneo, donde podemos ver pasar el tiempo de dos parejas,
Harry y Bill, Stella y James, que se cruzan en un instante donde todo podría
cambiar para ambas, y que sin embargo, luego de la posible revelación vuelven
al principio. Es un acierto de esta puesta, en particular, como el dispositivo
lumínico construye la atmósfera necesaria, especialmente al inicio, y como
delimita el espacio escénico donde la incomunicación es el eje principal. Una
puesta en escena que no termina de amalgamar la trayectoria del autor y de su
director, quizá el tiempo real del hecho teatral no juega a favor cuando hay
medio siglo entre ambos dramaturgos y la era del zapping ha modificado, inevitablemente, nuestra percepción. El teléfono como elemento funcional para el avance
de las acciones, procedimiento caro a la dramaturgia de Pinter, deja a las
claras la intención de mantener un tempo real a la escritura de la pieza, y
anacrónico al presente de la acción, al igual que el vestuario, y la
escenografía. Esta reproducción realista del espacio se contrapone a la
atemporalidad de las acciones, y la búsqueda de un género como el absurdo.
http://www.elcamarindelasmusas.com/plays/view/134
1 Comentario irónico del dramaturgo a propósito del silenciamiento de las atrocidades cometidas por los Estados Unidos en el extranjero.
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