Abelardo Castillo escribe El otro
Judas (1959) en un momento histórico en que la ética y el compromiso, según
el pensamiento de Jean Paul Sartre,1 eran
conceptos que atravesaban profundamente el campo del arte en general. La
lectura que Castillo hace sobre la figura de Jesús como el Mesías para una
revolución más humana que divina, también. El interrogante sobre un Dios que
sacrifica a su hijo para el bien de todos, omnipresente y todo poderoso trae
consigo una reflexión dolorosa: si la vida y muerte de Jesús, obedece a su
deseo, la traición de Judas no es más que la herramienta para que se cumplan
sus designios; Judas sería no el traidor de la historia sino el más fiel de
todos, aquél que llega a sacrificar su alma y su amor, para que se cumpla la
profecía. Pero hay todavía una afirmación más profunda, que le debe bastante al
pensamiento de Nietzsche; los hombres buscan en Dios una fe que no tienen en
ellos mismos. El hombre no cree en la fuerza del hombre ni en su capacidad de
modificar las cosas, por eso deja sobre los hombros de la divinidad la
oportunidad de hacer, y sienta así las bases de una fe estéril2. La verdad se escapa de los labios de
los apóstoles cuando envuelven los hechos en las nubes de un deseo que
contradice la realidad. “…Ya no le importa la verdad al hijo de Jonás” (…)
Nadie es culpable de nada. ¡Volemos todos al Paraíso! Tú serás quien abra, en
el futuro, las Puertas del Cielo, Pedro.” (Castillo, 1995, 29) Mariano Dossena
desde la dirección hace que los personajes sean atravesados por las palabras
del dramaturgo y en carne viva, exaltando la sensibilidad, nos entreguen como
espectadores la fluidez de una reflexión que hasta hoy nos conmueve. Ninguno de los interrogantes de
la puesta ha tenido una respuesta, las dudas que lo abarcaban entonces nos
interpelan todavía, por eso, la tensión producida en escena se expande hacia la
platea y nos mantiene en suspenso. La primera vez que El otro Judas subió a escena fue en la sala de Los Independientes
en el año 1961, por el grupo Arco Iris que se había sumado a la sala para realizar
dos puestas: Enterrad a los muertos
de Irving Shaw y El otro Judas la
primera pieza dramática de su autor; la pieza de Castillo bajo la dirección de
Onofre Lovero, sufrió un atentado: “Durante una de las representaciones,
miembros de la
Alianza Libertadora Nacionalista ametrallan el frente del
teatro” (Dosio, 214) Un año duro para
el teatro que sufrió el atentado a sus actores, su frente baleado y la primera
amenaza de desalojo3. A partir del texto
primero profuso y poético este texto segundo, en particular, construye un
universo complejo y de pura teatralidad, donde cada sistema significante, o
sistema escénico, según Pavis “forman un sistema semiológico” de oposiciones y
de complementariedad. Si bien la palabra se constituye en primer plano no son
menos importante los dispositivos escénicos, lumínico y sonoro para la
construcción de un espacio íntimo y confesional, cuyo ritmo interno es
significativo. Espacio escénico despojado con algunas superficies en líneas
rectas y austeras – rocas, peldaños,…- para crear la atmósfera inexplicable de
esta situación límite y sin posibilidad de evasión o salida. Mientras la
iluminación desde los primeros minutos pone en relieve la tensión dramática, con
la oscuridad inicial o luego la luz cenital produciendo un efecto
especial, luz que se va expandiendo lentamente sin llegar a iluminar todo el
espacio escénico, manteniendo la oposición entre luz y sombra. Imposible no
destacar el climax de la escena final: imágenes visuales y auditivas que el
espectador no podrá olvidar. En cuanto a las actuaciones, con algunos
altibajos, se destaca en primer lugar Walter Quiroz (Judas) con un productivo discurso
verbal en diferentes tonos; como también, Talo Silveyra, con la composición de
su Juan y Graciela Clausó (en la
Vieja) que logra a partir de su gestualidad, ante la
imposibilidad de la palabra, transmitir el temor inconfensable de lo que acaba
de escuchar. El otro Judas es un hecho teatral, en
tanto evento social, sin fisuras que involucra al espectador en el acto de amor
de Judas, un acto sin traición y a partir del cual él es la primera victima del
designio divino.
El otro Judas de Abelardo Castillo. Elenco: Walter Quiroz, Talo Silveyra, Manuel Vignau, Gabriel Serenelli, Alejandro Falchini, Rodrigo Mujico, Graciela Clusó. Voz en Off: Gustavo Pardi. Escenografía y Vestuario: Nicolás Nanni. Realización de Escenográfica: Gastón Nanni. Realización de Vestuario: Nicolás Nanni, Silvia Abad. Música Original y Diseño Sonoro: Gabriel Senanes. Técnico de Grabación, Edición y Mezcla: Juan Belvis. Entrenamiento Corporal y Vocal: Livia Koppman. Diseño de Luces: Pedro Zambrelli. Fotografía: Juan Borraspardo. Diseño Gráfico: Andrés San Martín. Prensa: Silvina Pizarro. Asistente de Producción: Tony Chavez, Nico Marciulionis, Majo Urlezaga. Asistencia de Dirección: Leandro Labraña. Producción Artística: Pablo Silva. Dirección General: Mariano Docena. Sala Solidaridad, Centro Cultural de la Cooperación.
- Castillo, Abelardo, 1995. Teatro Completo. Buenos Aires: Emecé.
- Dosio, Celia, 2003. El Payró. Cincuenta años de teatro Independiente. Buenos Aires: Emecé.
- Nietzsche, Friedrich, 1991. El Anticristo. Buenos Aires: Siglo Veinte /Filosofía.
Pavis, Patrice, 1998. Diccionario del Teatro. Barcelona: Paidós:
423.
1
Abelardo Castillo era además de novelista y dramaturgo el director de una
revista de poesía “El grillo de papel” que en 1960 y bajo el gobierno de
Arturo Frondizi fue prohibida su publicación por su adscripción al pensamiento
de izquierda y, singularmente, a la lectura del marxismo desarrollada por Jean-Paul
Sartre. Ya en el editorial del Nº 1 de "El Grillo…" se declaraba:
"creemos que el arte es uno de los instrumentos que el hombre utiliza para
transformar la realidad e integrarse a la lucha revolucionaria". Un año
después fundaría y dirigiría junto a Liliana Heker, "El Escarabajo de
Oro". La revista, que aparecerá hasta 1974 y que apuntó a una fuerte
proyección latinoamericana y es considerada una de las más representativas de
la generación del 60.
2
Dice Nietzsche en El Anticristo: “Yo declaro la guerra a
este instinto de teólogos; dondequiera encontramos sus huellas. El que en su
cuerpo tiene sangre de teólogo, tiene a
priori una posición oblicua y deshonesta
frente a las cosas. El pathos
que de aquél se desarrolla se llama fe: que es un cerrar los ojos ante sí una
vez para siempre, para no padecer el aspecto de una insanable falsedad.”
(Nietzsche, 1991, 27)
3
Como relato Celia Dosio en su libro El
Payró no sólo la pieza de Castillo la que sufrió un atentado: “En una de
las funciones de Enterrad a los muertos, un
grupo dispara sobre los actores y hieren a uno. El grupo Tacuara se atribuye el
atentado. Los agresores, en su huída, destrozan cuadros de la galería de arte y
dañan el busto de Romaní Rolland, obra del escultor cordobés Horacio Juárez,
que adornaba el hall central. (Dosio, 214/5) Por otra parte, la sala se
encontraba dentro de las Galerías Pacífico. “Las Galerías Pacífico irán a
remate en bloque y por ello intiman al teatro a dejar la sala.” Con el título
“El remate del siglo XX” comentó la
noticia de lo que fue la pérdida de la sala. (Dosio, 43/45)
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