El Extranjero es el
espacio teatral que resulta para la obra de Spregelburd otro signo más en la
semántica de la pieza; ya que de extranjerías se habla. En una ciudad
cosmopolita, como la Buenos Aires
de 1891, el aluvión inmigratorio era sentido como amenaza por una élite que
había propiciado la llegada del otro desde Europa y que ahora que estaba en
carne y hueso se veía asediado doblemente. Por un lado, por el inmigrante
pobre, obrero y anarquista, que intentaba sellar la utopía en una tierra lejana
que no era la suya, y por otra parte, por una élite que se iba formando a la
sombra del dinero o de su bagaje intelectual, y que lentamente avanzaba sobre
tiempos y espacios que sólo estaban reservados a los nativos patricios. Buenos
Aires a fines del siglo XIX marcaba las diferencias y las limpiaba con sangre
sobre aquél que no integraba el nosotros inclusivo de la nacionalidad
argentina, se llamará “indio” o “gringo”. Es así, que a niveles más elevados
esa discusión espuria, tuviera también su correlato en las polémicas entabladas
sobre el lenguaje de los argentinos, o sobre cualquier manifestación artística.
Rafael Spregelburd, retoma una anécdota histórica para construir con los
elementos documentales reales una ficción, sin embargo, en la misma, la línea
temporal transciende la fecha anclada en el tiempo real y logra atravesar con
su interrogante aún no resuelto el salto al presente. Apátrida nos habla de hoy
desde los excesos del ayer, ¿Qué es ser argentino?, ¿Cuál es nuestra cultura?
¿Quiénes somos como artistas?, ¿Qué nos define como críticos? Viejas polémicas,
que tomaron giros diferentes en los sesenta: realistas versus
neo-vanguardistas; en los noventa: modernidad / posmodernidad; realismo /
teatralidad; y que la pieza retoma con fuerza, haciendo pasar el punto de vista
sobre la personalidad de Auzón. El autor protagonista de una polémica [1] no hace mucho tiempo con Griselda
Gambaro, una de las integrantes allá por los sesenta de la neo-vanguardia
teatral argentina, y que ahora le reprocha al dramaturgo algunos de los cargos
de que fue objeto en el pasado; logra con la puesta que destaca con su fuerza
los lineamientos del texto dramático, ofrecer una respuesta acabada a muchas de
sus preocupaciones y dilemas. Y no es que Spregelburd dude de su posición en el
campo cultural / teatral de su país, sino que afirma la libertad de, cómo dijese
Borges, apropiarse de la cultura del mundo, ya que somos el resultado de una
mixtura. No siempre estamos de acuerdo con las afirmaciones del dramaturgo, y
tampoco con todo lo expuesto en la puesta, pero sí aplaudimos que el tema se
siga pensando y que los interrogantes sean más interesantes que las respuestas.
De trámite largo, pero a eso ya nos tiene acostumbrados, desde todos los
ángulos Apátrida desborda talento, y exige del actor, un compromiso que lo
atraviesa intelectual y corporalmente. Y, en esta propuesta estética no es
menor la participación de Federico Zypce [2],
ambos construyen una obra ecléctica, donde la escritura dramática y la
escritura musical se retroalimentan: un feedback artístico que estructura toda la obra. Debemos
recordar que en nuestra sociedad de consumo la mirada es la figura
hegemónica, porque nuestra experiencia sensorial depende básicamente de lo
visual, mientras que lo auditivo parece estar subordinado a ésta. Por lo tanto,
si la imagen sonora es subjetiva y mental necesitamos de la percepción visual para
reafirmar lo que el estímulo sonoro ha producido, para completar el o los
sentidos posibles. Por el contrario, Apátrida
logra conjugar ambas imágenes –visual/auditiva- de manera perfecta, sin
subordinación alguna. En el espacio escénico hacia un lado Spregelburd lleva
adelante con profesionalismo la acción dramática, espacio real representado que
lo iluminación destaca. En otro lado, Zypce
realizando el sonido y la música en vivo – percusión, varios samples y loops,
un largo tirante de madera o varas que
surcan el aire, algunos alambres, bolitas,
tuercas, rulemanes,…. El recorrido temporal y espacial está guiado por la
tecnología, tanto en desuso como actual, que involucra el sentido del oído para
producir una cierta saturación acústica. Desde el ingreso a la sala
escuchamos los metrónomos a cuerda; con dos viejos radio grabadores a casette asistimos con el audio-guía a la Exposición de Arte; por
el infaltable celular escuchamos la voz de Roque Sáenz Peña; con el estetoscopio los latidos del
corazón,... Así como los duelistas del siglo XIX, con reglas
precisas y en un combate consensuado entre los dos caballeros (mejor dicho entre
dos artistas) no hay un derrotado sino, todo lo contrario, hasta los padrinos
(el público) son vencedores. El objetivo no es obviamente restaurar el honor de
nadie, sino darle al hecho teatral un espesor distinto, y aunque la temática es
de color local la música le otorga universalidad. Después de la última escena,
cuando ambos bailan un hit playero, como espectadores nos quedan algunas preguntas
sin respuesta. ¿Apátrida,… es la reformulación del término “representación” ligado a
la coherencia de los distintos sistemas significantes? ¿Apátrida,… es la expresión de un texto espectáculo no pensado como
un universo cerrado y auto referencial? Esa ambigüedad hace aún más interesante
texto y puesta, ya que permite el desplazamiento de lecturas diversas, que nos
envuelven en la complejidad de su antinomia y su simultaneidad.
Apátrida, doscientos años y unos meses. Rafael Spregelburd (actuación, dramaturgia y dirección) y Federico Zypce (música, diseño de instrumentos y dirección musical); basada en las cartas entre Eduardo Schiaffino y Eugenio Auzón en 1891[3] . Vestuario: Julieta Álvarez. Iluminación, video y espacio: Santiago Badillo. Asistencia: Gabriel Guz. Investigación: Viviana Usubiaga. Fotografía: Ale Star. Asistencia: Gabriel Cruz /Asistencia de producción: Magdalena Martínez. Voces audioguía: Mónica Raiola, Pablo Osuna, Félix Estaire, Zaida Rico, Ruth Palleja. Mecanismo de la audioguía basado en la obra “La Plusvalía” (Zypce, 2007) Se interpreta un fragmento de la composición “Control social” (Zypce, 2010) Texto comisionado por “Dramaturgias Cruzadas: obras de autores argentinos y europeos”, para el díptico “Meiringen, Milagros, Apátrida” (dos textos de Rafael Spregelburd y Raphael Urweider) Prensa: Duche/Zárate. Teatro: El Extranjero.
Spregelburd, Rafael, 2011. Todo, Apátrida,
doscientos años y unos meses, Envidia. Buenos Aires: Atuel Teatro. Prólogo
de Jorge Dubatti.
[1] La palabra “polémica” es una apreciación de las autoras, ya que Spregelburd desestima que tal cosa haya ocurrido en su cambio de palabras con Griselda Gambaro. En una nota para la revista Ñ, 34, de mayo de 2007, sección Escenarios, bajo la denominación debate, afirmaba: “Hace un par de semanas Alejandra R. Ballester me hizo una nota en Ñ. Encuentro una respuesta de Griselda Gambaro, enmarcada en una sección titulada “Polémica”. Me parece que no hay tal polémica. Claro que no estoy de acuerdo con lo que dice Gambaro (citando mal y entrecomillando equivocadamente una entrevista editada)”
[2] Compositor
/ intérprete / construcción de instrumentos no convencionales / técnico de
sonido
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