domingo, noviembre 07, 2010

El teatro en la provincia de La Pampa

 
 
 Susana Llahí



En el marco del XXV Festival Provincial de Teatro organizado por el Instituto Nacional de Teatro en forma conjunta con la Subsecretaría de Cultura de la Pcia., la Asociación de Trabajadores del Teatro Pampeano y la Secretaría de Cultura, Comunicación y Educación -MSR- que se desarrolló entre el 20 y 25 de octubre del año próximo pasado, Estela Obarrio directora del grupo de Teatro de la Asociación Italiana de General Pico, puso en escena La edad de la ciruela de Arístides Vargas.

La teatrista que regresa …
Estela Obarrio, nació en Buenos Aires pero su infancia transcurrió en Metileo, provincia de La Pampa. Luego, se radicó en la capital del país donde cursó estudios de Bibliotecología en la Universidad del Museo Social. Inició su actividad teatral en el grupo de teatro independiente “La Máscara” y luego de la escisión del mismo, con Oscar Ferrigno y otros actores y actrices fundaron “Fray Mocho” (1950-1962). La trayectoria actoral de Obarrio abarcó puestas ampliamente reconocidas por el público y la crítica.
 Como escritora, plasmó la trayectoria de “Fray Mocho” en la publicación del Instituto Nacional de Teatro: Teatro “Fray Mocho” 1950-1962. Historia de una quimera emprendida (1998).
Ya cumplida su vida profesional en Buenos Aires, en el año 2002 se radicó en General Pico y poco tiempo después, en esa especie de compensación que el campo cultural del interior suele recibir, comenzó su actividad como directora del taller de teatro de la Asociación Italiana de esa localidad. Hasta el momento ha presentado: Puertas adentro de Florencio Sánchez (1897), Antes del desayuno de Eugene O’Neill (1914), El oso de Antón Chejov (1888), El viejo celoso entremés de Miguel de Cervantes Saavedra (1615), La que sigue de Griselda Gambaro (1970), La patente de Luiggi Pirandello (1917) y La edad de la ciruela de Arístides Vargas (2002).  

La edad de la ciruela
El dramaturgo argentino Arístides Vargas debió exiliarse a los veintidós años y como él mismo lo comenta, escribe desde lo “desarmado que se siente”, de allí que su trabajo sea un camino hacia el recupero de la memoria, hacia una forma de armar lo que quedó atrás. No es casual que la memoria sea un tema recurrente en la producción de los autores latinoamericanos, los exilios sufridos exigen memoria para recomponer y a veces para poder olvidar.
Gastón Bachelard en su Poética del espacio ha intentado mostrar que la memoria no registra el transcurso del tiempo y que sólo en y por el espacio se concretan los recuerdos. El espacio sería un todo en la memoria. Por eso no recordamos nuestra infancia día a día como en un devenir continuo sino sobre el fondo ilusorio de los días que fueron, en un ayer abstracto y sin fecha pero localizados en el espacio. De ahí la importancia de los cuartos, las calles, los barrios, las ciudades. De ahí también que el texto de Vargas se estructure en cuadros que responden a lo que la memoria de las dos hermanas, Eleonora y Celina va disparando a medida que intercambian correspondencia que les permite reconstruir los espacios casi mágicos que pregnaron su infancia en una casa sólo poblada por mujeres.
El realismo mágico que enriqueció la literatura de los años sesenta y que llegó a definir un período brillante de la narrativa latinoamericana, es el recurso al que apela Vargas para trabajar la historia: el carácter de impasible naturalidad con que Blanquita narra los quince días de velatorio de tía Adriática; la serena actitud de las mujeres cuando detienen el tiempo porque, como lo dicen las niñas cuando deciden juzgarlo: “si no lo detenemos, va a terminar matando a todas las mujeres de esta casa”; la manera en que Eleonora adulta cuenta la partida de cada una de ellas: tía Adriática que salió volando, tía Victoria que se exilió en un sueño, tía Jacinta que se fue caminando en busca de su amor de los catorce años; las abuelas que salieron en bicicleta llevándose un montón de trastos hasta desaparecer; y ellas mismas, cuando en un intento por ser distintas a las mujeres de la familia que servían pero eran infelices, sencillamente deciden ser mujeres que no quieren servir, por eso desaparecen dentro de una valija “… porque debe ser feo servir para algo y ser infeliz!”. Finalmente, la condensación simbólica en el “vino de ciruelas”, cuyo sabor y olor todo lo impregna en la vieja casona.
            Pero esta reconstrucción se fortalece con la belleza de palabra. Junto a los espacios, la palabra cobra rol protagónico aunque no necesariamente local, se universaliza y colabora en el armado del pasado. Toma los temas ineludibles, la nostalgia por el tiempo que fue, la curiosidad por lo no dicho, la necesidad del sinceramiento. La palabra se convierte así en un componente que no remite a una historia particular sino a una dimensión que abarca la historia de todas las partidas, voluntarias o no.
La obra de Arístides Vargas como él mismo lo menciona, es una textualidad “muy abierta y muy extraña en su constitución (…) a la que es muy difícil encontrarle el ritmo si no desarrolla un trabajo con mucha propuesta de los actores y el director” (Picadero, abril 2006), es decir es todo un desafío para el grupo que decide representarla. Estela Obarrio aceptó el desafío y respetando el orden de las escenas tal como el texto lo presenta, logró un ritmo sostenido que se apoya en la virtualidad de los signos escénicos y en un elaborado trabajo actoral. El grupo pone en evidencia un entrenamiento previo muy sólido. Las actrices, que deben desarrollar múltiples roles, salen airosas de la metamorfosis exigida. La escena en que Blanquita lucha por sacarse el vaso de la mano, metáfora que remite a que ninguna de esas mujeres puede dejar de servir para aquello a lo que fue destinada, encuentra en la intérprete la gracia y plasticidad actoral que el texto requiere, del mismo modo, la escena final de las abuelas partiendo en bicicleta evidencia un desempeño físico (gestual y vocal) que revela un elaborado trabajo que logra marcar las diferencias, no sólo en el necesario cambio de edad sino también, en el espíritu que anima las reflexiones y sentimientos de cada personaje. Sin lugar a dudas, el resultado responde a que Obarrio logró la actitud responsable y laboriosa de aquel teatro independiente del cual es una representante indiscutida.
            La escenografía, que cuenta con los elementos indispensables para significar una antigua casa gastada por el tiempo; el viejo y fuerte ciruelo dominando el fondo de la escena; el vestuario, blanco y lánguido en todos los personajes; la selección de música lírica y melodías infantiles y la iluminación que acierta en el clima de cada cuadro, instalan el espacio en un tiempo pleno de ensoñación.
            Una puesta marca una excelente proyección para el grupo y una propuesta muy interesante en el paneo que señala la búsqueda constante de quienes hacen la cultura teatral de la provincia.









 
La edad de la ciruela. Autor: Arístides Vargas. Grupo: Asociación Italiana XX de Septiembre de S.M. Elenco: Rosana Scalzotto. Paula Gette. Estela Pacheco. Claudia Kenny. Técnico: Lalo Garduño. Dirección: Estela Obarrio.










Bachelard, Gaston. La Poética del Espacio. México D.F. FCE. 1975.
Revista Picadero Nº16, cuatrimestral: enero/febrero/marzo/abril de 2006
Diario La Arena, 27/10/2009


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