Una mirada revitalizadora sobre un texto poco transitado
Maria de los Angeles Sanz
La semipenumbra del espacio permite al espectador ingresar en la subjetividad de un mundo donde todo pareciera haber roto su armonía. La distribución de los objetos, desde la alfombra hasta el cuadro que cuelga hacia el fondo, inclinados, sesgados dan cuenta desde la imagen de ese universo pequeño pero atravesado por una tormenta que tiene que ver con la construcción de una conciencia que abarca la sociedad. La familia guarda un secreto que destruye, en la hipocresía que reina sobre los personajes, la paz, el amor, el respeto y desnuda las pequeñeces de cada uno, sus miserias. Sánchez escribe El pasado en 1906 y Julieta de Simone hace jugar sus acciones en la década del ’30, diferencia marcada desde el vestuario y los elementos que se juegan en escena; no sólo acerca la textualidad de alguna manera a un territorio más conocido para el espectador sino que también da cuenta de la vigencia en el tiempo de una idiosincrasia que se mantiene aún después de la muerte del autor. Sin embargo, la dirección elige dentro de la poética de la pieza, un texto de tesis social, no su costado de denuncia, es decir, los elementos más apegados al discurso realista sino sus elementos melodramáticos, que dan a la poética la posibilidad de lograr de parte del espectador una más rápida y segura empatía, pero modificando su funcionalidad. La puesta hace pasar el punto de vista por la relación de una madre con sus hijas, poniendo en primer plano una cuestión de género acentuada por el cambio de sexo de los personajes de Enrique y José Antonio del texto original, por Enriqueta la hija víctima del conflicto y Antonia la hija cómplice de los desvíos amorosos de su madre. La reducción de personajes como el de la abuela, y los nietos que ingresan hacia el final, produce una síntesis fuerte de la tensión dramática concentrada en los cuatro personajes que llevan adelante las acciones. La forma de actuación elegida también hace que el texto sea atravesado mucho más por el melodrama que por el realismo; su exterioridad, por momentos marcadamente exagerada que recuerda al expresionismo de las películas del cine1 en su época no sonora, más la ruptura del personaje en el momento de los cambios de escena a la vista de los espectadores, producen un efecto de distanciamiento que rompe con la ilusión de la verdad escénica. Las actrices juegan, en el sentido más lúdico de la palabra, con una situación que si bien puede parecer hoy, anacrónica, pone en evidencia como las pequeñas mezquindades forman parte también del universo familiar, y una escala de valores que desde otros parámetros y dentro de la misma sociedad sigue manteniendo su cuota hipócrita. El resultado de los cambios que la dirección produce y las actrices llevan adelante con sus muy buenas actuaciones, le dan a un texto ajeno y lejano a nuestra realidad una espesura nueva, desacralizando los diálogos y haciendo que el personaje de Silvia la hija que parece estar más ciega ante la realidad que la rodea, crezca y provoque los momentos más significativos. La mirada final le corresponde, así como había abierto la acción, pero de la primera secuencia a la última, ella también a su manera y de forma tal vez más cínica que las demás constituye un nuevo orden donde el silencio y la ceguera son indispensables. Ella cambia, y propone cambios para que finalmente todo siga igual. La partida de Enriqueta es un accidente sin comentario, el cumpleaños de la madre un festejo similar al del año anterior, la fría y cómplice relación de Antonia y su madre, y de ellas dos con Silvia, son un diálogo donde un muro de indiferencia no permite atravesar en gestos de amor a las palabras. Sánchez que provenía de las filas del anarquismo pero que va escribir sus mejores piezas fuera de esa ideología, sin embargo, en el entretejido de sus problemáticas sociales, y en la manera de su resolución a través de sus personajes dramáticos, deja que se cuele aquella manera de mirar el mundo, cuando construye en una situación que altera el orden burgués una criatura que se atreve a desafiar las convenciones; en el caso de El Pasado el personaje de José Antonio; en Nuestros hijos, el padre y esa hija que prefieren la humillación social de ser madre soltera, a la humillación íntima de un matrimonio sin amor. Julieta de Simone y la compañía filodramática dan un paso más, al convertir un problema atravesado por la mirada social, y los pruritos morales, en algo más profundo como son las relaciones no sólo familiares sino entre el universo femenino y sus propias pequeñeces. En esa casa sin hombres presentes, y con el fantasma de un suicidio y el alejamiento de un amor, todos los sentimientos afloran y se hacen presentes para dar lugar a la verdad sobre la apariencia, aunque después sea esta última la que finalmente triunfe.
El pasado de Florencio Sánchez. Por la Compañía Filodramática. Elenco: Ernestina, Roberta Bláquez Caló; Silvia, Luciana Cruz; Madre, Mercedes Torres; Antonia, Sabrina Zelaschi. Diseño y realización de escenografía: Paula Molina. Diseño y realización de vestuario: Lara Sol Gaudini. Diseño de iluminación: Leandro Crocco. Diseño sonoro: Christian Silvosa. Dirección: Julieta de Simone. Adaptación y Producción: La compañía filodramática.
1 Habitualmente definido como "drama acompañado por música", el melodrama tiene su génesis, según Peter Brooks, en las postrimerías de la revolución francesa. Heredero de la tradición griega, lo que diferencia al melodrama de la tragedia es la incorporación del héroe a la sociedad en lugar de su aislamiento y muerte. "El tema central del melodrama —escribe Norman Frye en Anatomía de la crítica— es el triunfo de la virtud moral y la idealización de los valores del espectador". Cuando las clases medias y bajas arribaron a los teatros en la Europa del siglo XIX, con ellas emergió este género que dependía menos de la riqueza literaria de la tragedia, y más de la mimesis y la música. Violencia, excitación, y conflictos morales fueron sus claves, pero a diferencia de la tragedia sus temas eran íntimos y cotidianos en lugar de gestas y épicas nacionales: crisis familiares, identidades confusas, amores, muertes, conflictos de clase. El cine mudo se prestó a la perfección a este género, con sus sufridas heroínas cuyas pasiones no necesitaban de palabras para ser entendidas. Si hay un clásico de esta época que haya superado a todo, ése es Amanece, de F.W. Murnau, quien aportó a Hollywood la tradición alemana en la materia, la misma de la que mamó Sirk. El género sobrevivió la transición al sonoro y tuvo en el Hollywood de los 30 su primera gran época de esplendor. La popularidad de los melodramas en los años 20 en Alemania y en los 30 en los Estados Unidos es analizable a la luz de las fuertes crisis sociales que afectaron entonces a esos países y que crearon un clima de alta receptividad para este tipo de historias. El melodrama fue también utilizado por su función de contención social, reafirmando los valores morales de una sociedad en crisis.
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