Cuando el límite es la furia
María de los Ángeles Sanz
La violencia familiar1, es una temática que hasta hace poco tiempo tenía como aliado el silencio cómplice de testigos primarios y de la sociedad toda que no quería hacerse cargo de una realidad más frecuente de lo que todos pensábamos; por otra parte, absolutamente dolorosa y humillante tanto para el que la sufre como para el que la infringe, ambos envueltos en una relación que necesita de los dos términos de la ecuación para desatar su furia. Si bien es cierto que el tema se ve muchas veces atravesado por el concepto de género, -es la mujer la que tiene un mayor porcentaje de víctimas fatales en su haber-, también lo es el hecho de que la violencia en las relaciones personales atraviesa el género, las clases sociales, y las edades; mujeres violadas y luego asesinadas, mujeres y hombres maltratados, niños y niñas violadas, ancianos golpeados; violencia física y verbal, amparada por la indiferencia de todos, por el silencio de sus protagonistas, por la ley que se niega a legislar en asuntos privados. Por eso, y además por sus cualidades artísticas la puesta escrita y dirigida por Nazareno Molina es una propuesta interesante para ver como en el pequeño mundo de una familia se pueden dar todos estos elementos y vivirlos como si estuvieran dentro de la normalidad. Una mujer golpeadora, hija a su vez de un padre golpeador, un marido que soporta por amor o por miedo a romper lo logrado, un hijo que arrastra como un estigma la violencia de la cual proviene y recibe como legado y que no podrá sustraerse a esa “costumbre” en sus vínculos2. La palabra como látigo que cruza la cara del otro, antes del golpe definitivo es puesta en escena como la antesala a la tragedia que se anuncia desde el enmascaramiento inicial. Una primera secuencia, tal vez un tanto extensa, es el preámbulo a un descenso a los infiernos que se prolongará hasta la mirada final. El espectador siente en su cuerpo como el personaje del padre desde el insulto descalificante, hasta el golpe aleccionador sufre tratando de ocultar su realidad, el maltrato recibido, al resto de la familia que intuye sin embargo que nada está bien, ni en esa casa ni en esa relación. Dos parejas, la de los padres, y la del hijo y su novia; dos violencias aunadas por los celos, la desconfianza, y la ira ante la propia inseguridad e insatisfacción. Por otra parte, Molina también toca el tema de la educación en el diálogo que Tiziana, la próxima profesora de geografía, desarrolla con el dueño de casa que es a su vez profesor de historia; y hace hincapié en la incomunicación que produce refugiarse en los paraísos artificiales del mundo virtual, para no recordar o para no ver la problemática del entorno. Los diálogos si bien en cierto modo dilatan la acción, (las palabras a veces no son necesarias, como en la secuencia de Genaro con la foto de su padre, en donde un silencio semántico era suficiente) no llegan a diluir la fuerte tensión que la intriga produce. Los actores y las actrices llevan su actuación hacia el límite de su personaje y crean el clima opresivo que la historia necesita. El juego con la luz, que permite los cambios de escenografía, crea atmósfera, y semantiza junto con la música el contraste entre los momentos de calma y festejo, el cumpleaños del padre, con aquellas circunstancias que son síntoma de una enfermedad tan recurrente como peligrosa. Las muy buenas actuaciones producen en su increcendo la tensión que desembocará en una resolución inesperada. Poner en escena una temática tan dura es un desafío, tanto más cuanto en el afuera del escenario la negación hasta el drama es la constante que se sucede. Nadie quiere ver ni oír, muchos consideran que son problemas de pareja, o de familia y que deben resolverse entre las cuatro paredes de la casa, y atendiendo a las necesidades del más violento, que siempre encuentra la excusa para su reacción: una palabra, un deseo que no se cumple a tiempo, una tercera persona; y la irrealidad de suponer que si se obedece no pasara, que la culpa es de uno porque con su actitud provoca el golpe o el insulto. No entender que detrás del primer movimiento se sucederán los demás como en una espiral sin retorno. La obra, reitera una idea fundamental, límites, el límite ante el avance del otro sobre nuestra identidad, y el límite ante nuestra capacidad de soportar cualquier cosa para evitar romper con una situación que nos convierte en el eslabón necesario para que persista.
Ficha técnica: Secuelas… ¡Qué no se repita! Escrita y dirigida por Nazareno Molina: Personajes y elenco: Ágata, Belén Zunino; Gaspar, Federico Axelrud; Gregorina, Mireya Amoroso; Tiziana, Nadia Livorsi; Genaro, Ricardo Binimelis; Amparo, Silvia Dell’Aquila. Vestuario y utilería: Grupo Friwox. Escenografía: Grupo Friwox. Asistencia General: Cristian Martín.
Bibliografía:
Merea, César, 2005. Familia, psicoanálisis y sociedad. El sujeto y la cultura. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
http://www.liberarteteatro.com.ar/obras.htm
Direccionario:
http://www.liberarteteatro.com.ar/obras.htm
1 A pesar de que los casos de final trágico se suceden en las noticias policiales, y muchos ni siquiera llegar a saberse jamás, la conciencia sobre la temática en la sociedad hace que organizaciones nacionales e internacionales, ya que el problema no es un tema regional, dé una mirada de esperanza a una problemática de difícil tratamiento.
2 Afirma César Merea en Familia, psicoanálisis y sociedad. El sujeto y la cultura: “¿Qué es lo que hace que una persona sea psíquicamente más sana o más enferma a lo largo de su vida o su evolución? De manera primordial, su tipo de crecimiento en el seno de una familia. (…) como lugar de organización de las tres grandes fuerzas que nos determinan como humanos: nuestros instintos, que en la familia encuentran su lugar –bueno o malo- de modulación; las identificaciones que estructuran nuestro yo, y que se producen originariamente, en su ámbito; el modo de procesar las situaciones traumáticas que en forma regular, e inevitablemente, se producen en nuestra historia y, por supuesto, dentro de la historia de la familia misma. (2005, 9)
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