Lo absurdo de la guerra,
un conflicto casi de orden individual transformado en un hecho colectivo, es el
tema central que la intriga de Complexión
nos ofrece en una primera lectura. Atravesando ese nudo de tensión, otra
textualidad aparece y es la que involucra el cuerpo del actor desde la
dirección de un autor como Antonin Artaud, y la relación conceptual que
establece entre el teatro y la peste1. La
anécdota que el bufón repite sobre la llegada de un barco con el virus en las
playas de una ciudad italiana, en el siglo XVIII, pertenece a la escritura de
Artaud, incluida en su libro El teatro y
su doble. Es, entonces, la concepción artaudiana sobre el teatro dentro de
la estructura del género absurdo, lo que constituye el eje de la
puesta. La propuesta de los cinco personajes que ocupan la escena, desde la
dirección del propio Guggiari,2 es
mantener siempre en vilo la tensión de la cuerda dramática, crear un clima de
sofocación, desintegración y putrefacción de seres y situaciones, que logran a
partir de la repetición de acciones, produciendo así, ese círculo de infierno,
que crece en forma ascendente. Este absurdo de amenaza trabaja con el espacio
claustrofóbico de una torre, a la que sólo se tendrá acceso piso tras piso a
punta de bayoneta, y que guarda el amor /odio, el autoritarismo / la sumisión,
y la humillación de un grupo de hombres y mujeres que juegan un ajedrez mortal
con piezas humanas hace más de veinte años. Como en las tragedias de
Shakespeare, mientras las miserias humanas dominan los personajes centrales de
la intriga, son los bufones los portadores de la verdad y del mensaje que
finalmente dará rienda suelta al mal. Tanto Catalina Briski desde un cuerpo que
domina y hace expresarse en todas las constelaciones de sentimientos, como
Mariano Rapetti desde la palabra, tejen y develan los sucesos y sucedidos ante
un espectador que sigue su coreografía con interés; mientras el triángulo de poder
entre Paula Flaks (Esmeralda), Horacio Pucheta, (Ernesto) y Laureano Lozano
(Eduardo Trejo) muestran un presente de miedos y desencuentros
irreconciliables. En claroscuro, en contraste de iluminación, se produce la
reproducción de la extraescena sobre la mesa donde se desarrollan los
movimientos de la próxima batalla. En espacio
real representado - la torre –, invadido constantemente por el espacio virtual
representado – los gritos de los Betas, el pueblo hambriento, y la peste - van
creando el clima claustrofóbico que requiere la acción dramática. La propuesta
presenta también otros niveles, por un lado, la música en vivo provoca cierta
distensión, una tregua para el espectador ante un conflicto en aumento. Por
otro, el aroma de los sahumerios encendidos, parecen darle una perspectiva esotérica
tratando de alejar las malas influencias por todos conocidas. En este “mundo al
revés”, donde el Poder se ha recluido a lo alto de la torre y ha abandonado las
riquezas y comodidades del palacio, son los bufones / siervos los protagonistas
de la obra. Entre el dramatismo del mimo y el humor del clown ambos actores con
profesionalismo ponen en escena las emociones, los sentimientos y los miedos
más allá de las palabras. Una corporalidad entre lastimosa y graciosa, pero que
a pesar de su condición social de siervos / bufones no son frágiles sino, por
el contrario, son el motor de la historia. Si bien desde el vestuario su
condición es tal, son sin embargo, personajes agudos y con sus desplazamientos,
su gestualidad y sus tonos de voz crean el mundo invisibilizado entre lo
trágico y lo cómico. Desde un punto de vista poco habitual, ni de las victimas
ni de los victimarios, Ramiro Guggiari deja al descubierto también los grises
de la Historia. Complexión podría pensarse como una reflexión
sobre el cuerpo y sobre la condición humana, porque estos dos cuerpos en
particular no son cuerpos alienados, sino que se presentan como un medio para
la liberación tanto individual como social, y también para la experiencia
espectatorial ante el clímax asfixiante logrado por todos los sistemas
significantes.
Complexión
de Ramiro Guggiari. Interpretes: Paula Flaks, Horacio Pucheta,
Laureano Lozano, Mariano Rapetti, Catalina Briski. Música: Diego Longobardi,
Eugenia Turovetzky. Coreografía: Catalina Briski. Asistencia Coreográfica:
Mariano Rapetti. Diseño Gráfico: Andrés Levy. Asesoramiento en Espacio e Iluminación: Julieta Potenze. Prensa: Octavia
Comunicación. Dirección de Arte: Melisa Califano. Producción Ejecutiva: Tónicas.
Asistencia de Dirección: Santiago Chalukián. Dramaturgia y Dirección: Ramiro
Guggiari. Teatro La
Ranchería.
Artaud, Antonin, 2002. El teatro y su doble. Buenos Aires:
Retórica Ediciones.
Cabrera, Hilda, 2009.
“Necesito pelearme con el teatro” en la sección Cultura & espectáculos,
domingo 1 de noviembre, en Página 12
1
“Vemos entonces que hay una notable
analogía entre el apestado que corre en el desenfreno de sus alucinaciones y el
actor que va detrás de sus sentimientos; entre el hombre que imagina personajes
que nunca lo hubiera hecho sin la influencia de la plaga como así mismo el poeta que le da fulgurante
vida a personajes entregados a un público de la misma manera indefenso y
alucinado. Pero hay una variedad de analogías que confirman las que importan
aquí y ubican la acción del teatro tal como si se tratara de una auténtica
epidemia. Pues de la misma manera que los cuadros de la peste, un poderoso
estado de caos físico, son algo así como las postreras descargas de una fuerza
espiritual en declinación, las imágenes de la poesía en el teatro tienen poder
espiritual porque comienza su trayecto vital en lo sensible dejando de lado la
realidad. Ya dentro de la vorágine de su trabajo, para evitar cometer un crimen
el actor deberá dotarse de un coraje superior que el que necesita el asesino
para arribar al fin de su acto. Será aquí, en su intrínseca gratuidad, que la
acción de un sentimiento resultará harto más válida que la de un sentimiento
puesto en acción. (Artaud, 2002, 21)
2
El autor es nieto de Tato Pavlovsky y según la
entrevista que le realizó para Página 12,
Hilda Cabrera: Pelearse con el teatro significó para Ramiro Guggiari
incentivar la creatividad. Antes de debutar con su obra Verte llorar –que también dirige y ofrece en La Ratonera Cultural–
cursó estudios de Filosofía e Historia en la UBA y dirección escénica en el Instituto
Universitario Nacional del Arte (IUNA). Pasó por los talleres de actuación de
Patricia Gilmour y Stella Galazzi, y desde hace tres años continúa su formación
con el actor, director y autor Norman Briski. Guggiari no cree que de niño su
conflicto con el teatro haya sido por rebeldía familiar. Había visto Rojos Globos Rojos, de su abuelo Eduardo
“Tato” Pavlovsky, en el desaparecido Teatro Babilonia, pero no fue por aquella
experiencia que se decidió por la escena y sostuvo al mismo tiempo una visión
crítica. Si bien el cine lo apasiona –aun cuando no se dedica– aquello que
determinó su ingreso al teatro fue haber presenciado El suicidio (Apócrifo I), obra de Daniel Veronese y Ana Alvarado en
colaboración con los otros integrantes de El Periférico de Objetos.
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