jueves, junio 30, 2011

Bastarda sin nombre de Cristina Escofet

La fuerza de una mujer que se construye a sí misma, contra todo.

"El único deber que tenemos con la historia es reescribirla."
Oscar Wilde.
(El crítico como artista)

 Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz

Eva Duarte1 era una mujer fuerte, no sólo desde el momento que se encuentra con la Historia y conoce al Coronel Juan Domingo Perón, lo fue desde el instante que vio la luz en su pueblo de Los Toldos, por carácter y necesidad; pareciera que sabía que el mundo estaba cargado de hostilidad esperando su llegada y la vida nada le facilitó para bebérsela a tragos como hizo. La escritura de Cristina Escofet, una interesante dramaturga que habitualmente trabaja sobre el concepto de género; nos dice desde un texto bello y potente esa verdad desde la mirada de una vida que nunca agotará una próxima lectura. Eva naciendo, Eva niña, Eva conociéndose como mujer en el espejo deformado de la figura materna y de una sociedad que le devuelve su propia imagen desahuciada. La importancia de un apellido, el paterno, que la habilite para los demás en una sociedad conservadora, pacata, dual, en fin hipócrita, que tolera las escapadas de los hombres pero juzga a las mujeres que las comparten. La escritura señala la sucesión de estos aspectos sobre todo para destacar no el origen de la persona /personaje de Eva, sino para dar cuenta de su valor desde siempre. Esa era Eva, la legionaria de su propia historia, pequeña, común a muchas, en ese mundo cerrado y prejuicioso; en una continuidad con las pequeñas/grandes historias de otras mujeres, Trinidad Guevara, Mariquita Sánchez, también trabajadas por la poética mirada de la autora; fuertes en su lucha por ser, por devolverle a la mirada de los otros la fuerza de aquel que sabe que tiene que hacerse diariamente, dolor tras dolor. En el medio, la textualidad de la palabra, la encarnadura en la actriz, que quiere ser y parecer para producir el misterio siempre presente de la reencarnación, del volveré y seré millones, del discurso final, el del renunciamiento que no fue2. La palabra de Escofet es cómplice de la personalidad de Eva, desde el uso de la figura de la lagartija, juega con ella en el cuerpo de la sagacidad y la velocidad para escapar de los lugares que intentan atraparla, ante su discurso, el de la Eva que Escofet construye uno siente los guiños de entendimiento entre la persona y la escritura.

Eva dice el viento
Que rodó en su infancia
Eva grita el eco
Con su voz vacía
Prestándole alas
A su bastardía...

El personaje de Eva (Roxana Randon) es también construido a partir del músico en escena (Mateo Margulis), un no personaje, sin nombre y sin lugar en el texto dramático pero que en el texto espectacular se desplaza y envuelve a Eva como ese viento o como ese eco. A lo largo de la obra su rol va mutando: a veces un partenaire invisible, otras su alter ego, por momentos el narrador omnisciente o bien una especie de coro griego. Pero no sólo refuerza la situación dramática, sino también nos ubica en un tiempo otro, como si el espacio real representando fuese por momentos superado por el espacio virtual. De este modo, el personaje de Eva parece desdoblarse y, a su vez se va construyendo desde diferentes puntos de vista, capas o fragmentos de la memoria que se van superponiendo y que permiten la circulación del relato. El tiempo de la ficción deviene en un tiempo cíclico, el tiempo de la vida: nacimiento y muerte, y como un espiral en forma ascendente en el mismo movimiento va construyendo la figura del mito. Así al comienzo de la obra con la melodía, de la voz y suaves acordes de guitarra, emerge la atmósfera necesaria:

Momentos de mujer
De ser el tiempo
Madejas de cristal
Ceniza y viento
Retazos de su piel
Sólo fragmentos

Así también en el momento del clímax, después de su último discurso, retoma esos primeros versos y agrega:

Apenas sabe ser
La que va siendo.

Momentos de mujer
He sido Evita
resentida y feroz
Que late y grita
Una loba tal vez
Triste y herida
Que vino a recordar
Voces partidas

Bastarda sin nombre, es una textualidad diferente en cuanto a la composición metateatral de la configuración del personaje / mito Eva. No ya su voz directa, sino la traslación de esa voz en la memoria conmovida de la actriz que tal vez soñó ser la mujer que marcó la historia y que acepta ser sólo la representación de su recuerdo. La actriz, en ese doble juego, que en la puesta no termina de comprenderse totalmente, construye y se construye para el espectador y para sí misma una doble identidad, a la que Roxana Randon no en todo momento consigue lograrle el tono, salvo hacia el final, que tal vez olvidada de ese círculo entre el ser y el parecer se convierte en una sola Eva, la de la memoria colectiva.

Bastarda sin nombre de Cristina Escofet. Con Roxana Randon, guitarra y voz Mateo Margulis. Vestuario: Julieta Guiser. Diseño de iluminación: Marco Pastorino. Asistente de dirección: Enrique Velay. Dirección: Javier Margulis. Teatro Espacio Abierto.


Martínez, Tomás Eloy, 1995. Santa Evita. Buenos Aires: Editorial Planeta.
Mignona, Eduardo, 1984. Evita. Quien quiera oír que oiga. Buenos Aires: Editorial Legasa, Cine Libre.
Navarro, Marysa, 2002. “La Mujer Maravilla ha sido siempre argentina y su verdadero nombre es Evita” en Evita Mitos y representaciones. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Fotografías: Lucero Margulis


1 La fuerza de una Evita que se potencia ante el desprecio de los otros, dice Beatriz Grosso en el texto del guión de la película de Mignona: “No hay duda de que las experiencias vitales dejan profundas huellas en la personalidad. Cuando estas experiencias son dolorosas, en algunos casos, anulan; en otros, como en Evita, los impulsan a luchar apasionadamente contra un medio injusto”. La pasión la mantenía en pie a pesar de la maledicencia y la enfermedad; dice Tomás Eloy Martínez en Santa Evita: “Cuando Evita salió por última vez a la intemperie pesaba treinta y siete kilos. Los dolores se le encendían cada dos o tres minutos, cortándole el aliento. No podía, sin embargo, darse el lujo de sufrir. A las tres de la tarde de aquel día su marido iba a jurar por segunda vez consecutiva como presidente de la república, y los descamisados afluían sobre Buenos Aires para verla a ella, no a él. Ella era el espectáculo. Había corrido por todas partes el rumor de que se estaba muriendo. En los ranchos de Santiago del Estero y del Chubut la gente desesperada interrumpía sus quehaceres para implorarle a Dios que la conservara viva. Cada casa humilde tenía un altar donde las fotos de Evita, arrancadas de las revistas, estaban iluminadas por velas y flores de campo. Por la noche, las fotos eran llevadas en procesión de un lado a otro para que tomaran el aire de la luna. Ningún recurso se descuidaba con tal de devolverle la salud. La enferma sabía esas cosas y no quería fallarle a la gente, que había pasado la noche al destemplado para ver el desfile y saludarla de lejos.” (Eloy Martínez, 1995, 37)

2 Como afirma Marysa Navarro, el mito de Eva se construye siguiendo el pensamiento de Roland Barthes, “el mito es una imagen construida socialmente; es una representación diferente de la realidad social a la cual da significado y la transforma. Va más allá de ella misma. En algunos casos, como en el de Evita, la falsedad de la construcción puede ser demostrada parcial o completamente y, sin embargo, esta construcción a tener tanta aceptación que resulta ser más poderosa que los hechos en los que se apoya.”(Navarro, 2002,19)




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts with Thumbnails